57. Meg

271 35 4
                                    

Hace tres días pude sentir que regresé al pasado cercano. Donde éramos nada más nosotros acostados sobre la alfombra de la sala, hablando de lo que sea, ahora con Pequeñito haciéndonos compañía. 

Camina con sus patitas sobre cerca de mis piernas, lamiendo y buscando que juguemos con él. El último día que estuvimos en Ciudad Solar, fue un día gris, me sentía como si mi realidad hubiese sido injustamente interrumpida.

Jay me deja besos por mi rostro, mientras me abraza y hunde su nariz en mi cuello. Ahora, mi vestido espera por mí en el armario, he entregado todos mis deberes de Bridge, es mi día libre en Timotie's y mi familia, me visitó ayer; Simon, Tori, Alex y la tía Patricia, haciéndonos parte de una agradable cena y conversación. Todo va tan bien desde ese día, que debo admitir que como me siento feliz, me siento en tensión.

Todavía tengo en mente mi conversación con Jay, pero me da una punzada cada vez que pienso en lo que podría terminar. Jay y yo estamos cambiando para bien. Encontrando y marcando lo que será nuestro nuevo camino, lo que será la siguiente etapa de nuestras vidas. No tengo miedo de ello, de esa etapa. Aunque sí de que se esfume mi nuevo concepto de paz y seguridad, de amor.

Todos mis paradigmas han sufrido de cambios positivos, he construido una nueva vida que todavía requiere de atención, hay asuntos con los que aún debo lidiar. Pero mientras pueda permanecer en este estado de alegría inerte, no deseo mover ni un músculo para resolverlo. Eso hace que me sienta algo cobarde, y es un pensamiento que no podría compartir. He vivido la mayor parte de mi vida en soledad, y ahora que tengo esto, que me llena, no quiero ser la responsable de provocar mi propio dolor.

—¿Cómo está Aaron?—le pregunto cuando se apoya sobre su codo, para apartar los cabellos de mi rostro.

—Él está bien. Está recuperándose—guarda un cabello detrás de mí oreja—. ¿Has sabido algo de tu mamá?

Suspiro.

—Intenté pedirle a papá que me dejase verla. Se niega, se niega tanto como cuando le pido que me explique por qué su padre no desea verme.

—¿Tu abuelo? ¿El que llegó de un viaje la primera vez que fuimos a casa de Patricia?

—Sí, él.

—¿Está mal si te pregunto por qué todos tus asuntos familiares son tan complicados?—río, acaricia mi brazos delicadamente con sus dedos mientras observo el techo.

—Ni yo misma puedo darte esa respuesta...—aguardo unos segundos— Cuando era pequeña, soñaba con tener una familia con quién pasar navidad todos los años. Creo que la última vez que vi a mi abuela, tenía cuatro años. No tengo recuerdos de ella, más que me enseñó una rosa de su jardín la única vez que fuimos a su casa.

—Eso es precioso, Meg...

—Y triste también—sonrío, deslizando la nostalgia en mi expresión—. Tengo tan pocos recuerdos de todos. Mamá no me permitía hablar de ellos, ni preguntar. La última vez que vi a Tori y a Alex, puede que haya sido la única navidad que estuvimos juntos. Mamá no estuvo ahí.

—¿Por qué no?—muerdo mis labios, observando su mirada atenta a mis palabras.

—Es complicado.

—¿Quieres contarme de esa navidad?—dice después de unos segundos, tocando mi rostro, acariciando mis hombros desnudos y dejándome un beso rápido en mi clavícula.

—Fue antes de que papá y yo saliésemos por última vez. Tenía siete años, casi ocho—me observa, descansando su cabeza en su mano que aguarda el peso desde su codo, sonriendo con ligereza—. Puedo ser brutalmente honesta cuando te digo que le rogué a mi papá que llevara, él no quería hacerlo por nada del mundo—río—. Así que hice mi equipaje y estuve toda la noche en la puerta esperando que cuando él se levantase para ir al aeropuerto no se escapara de mí. No tuvo opción, de todas formas, sería sólo un día y la noche navidad.

Malas Costumbres©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora