16. Meg

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Veo la maleta en la esquina de mi habitación. Sólo hay una cama y un armario prácticamente vacío exceptuando la ropa que usaré para el aeropuerto. Acomodo por quinta vez mi cabeza sobre mi mano sobre la almohada, no encuentro la comodidad suficiente. O mis pensamientos no deja que la encuentre, como regularmente sucede.

Logramos que Ellen negociara el departamento si estábamos unos días antes en la ciudad, de mala gana aceptó y fue bastante claro en eso de que no quería retrasos con el pago. Por suerte, si logramos cancelar por adelantado los dos meses que Ellen acordó con el dueño y repitió una y otra vez que lo hacia por ser una vieja amiga. Dudo que él quiera que sea sólo su amiga.

Siento que mi equipaje tiene ojos y sabe perfectamente cada cosa que me pasa por la cabeza, incluyendo mi último encuentro con Jay. Estuvo conmigo la noche entera la vez que vino hasta acá para saber si estaba bien. Cuando desperté no estaba. Desde ese entonces no hemos tocado más el tema ni por mensajes de texto ni mucho menos por llamada.

 No supe cómo sentirme, pero sí se que esta vez fue distinta, no pensé en qué pasaría después como veces anteriores, me enfoqué en él y en la forma que logró quitar de mi cabeza todas las emociones y situaciones que me abruman. Cada vez estoy peor.

Suspiro y me levanto de mi cama, la maleta no cierra sus ojos adivinos, mis ojos de persona normal se niegan a cerrarse y descansar. La casa está a oscuras menos la luz que ilumina el mesón en la cocina donde papá está sentado con un sándwich a medio comer de un lado y hojas en frente de él y de sus lentes, no lo escuché entrar. Tomo asiento en la silla opuesta sin hablar.

—Te creí dormida—dice sin levantar la mirada, con el bolígrafo sobre la página.

—No podía dormir.

Marca otra línea en la página.

—¿Qué haces?—me atrevo a preguntar.

—Un paciente.

—¿Qué es?—me inclino un poco en su dirección, levanta su vista y me ve unos segundos.

—Nada importante—echa a un lado su trabajo—. Dime porqué no podías dormir.

Retengo aire antes de hablar.

—Me iré a Nuevo Goleudy—suelto más rápido de lo que quería.

—Sí, eso lo sé—no luce sorprendido—. Pensé que estaba más que decidido y fue el trato. Te admiten, vas. Además—hace un ademán con la mano—, fue una tradición estúpida el estudiar medicina que impuso el papá de tu abuelo.

—¿Querías ser otra cosa?—dejo caer mi cabeza en las palmas de mis manos, espero no estar preguntando demasiado. Jamás me he imaginado a papá haciendo otra cosa que no sea ser doctor.

—Nadador olímpico—sonrío—. Lo digo en serio, pero como ves, la historia fue otra.

—¿Por qué no te negaste?

—No fui tan valiente como tú—mis cejas se levantan involuntariamente, mis palpitaciones marcan unos segundos—. Lo siento, Meg.

Se quita los lentes y me toma una mano.

—Tu madre me hizo darme cuenta de lo ridículo que fui. No tenía y tampoco tengo razones para obligarte a estudiar algo que no te hace feliz. No voy a contarte lo que pasó la última noche con tu madre, pero la única razón para forzarte era el dinero.

—Entiendo, papá.

—Fui tonto. No me arrepiento de haberte tenido, hija—me permito volver a sonreír—. Pero hubiese querido que fuera diferente. Me concentré tanto en alejarme de tu madre con mi trabajo que no me di cuenta que perdía algo mucho más importante; pensé que tu madre era distinta contigo, pensé que alejarte de ella divorciándome te haría daño, cuando lo que te hirió fue al revés. No puedo arreglar el pasado pero sí arreglar lo que vendrá para el futuro.

Malas Costumbres©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora