49. Jay

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Por primera vez, encuentro este sofá incómodo. No puedo dormir. Tampoco lo estoy intentando. Muevo el pie con impaciencia y suspiro, tratando de drenar lo que siento para no estallar.

De regreso, llamé a mamá para preguntarle cómo estaba Aaron de su resfriado. La escuchaba feliz y eso me alivió. Después me dijo que tenía algo que decirme, me pidió que escuchara con atención y sólo lo soltó. Con Matt. Su jefe. Se va a casar con Matt, su jefe. El jefe con el que me dijo que no tendría nada más allá de lo profesional.

Corté la llamada sin saber qué decir, o cómo procesarlo. Intentó llamarme dos veces más, pero creo que entendió que no deseo hablar con ella.

Me siento traicionado, molesto con ella por mentirme, herido porque estará con otro hombre que no es papá. Triste, porque no fui suficiente para cuidarlos yo mismo. Feliz... Porque mi mamá merece estar con alguien que la ame. Y otra vez molesto porque me siento feliz por ella, y todo el ciclo de emociones vuelve a repetirse.

—Hola...—susurra Meg.

Se acerca y se sienta en el suelo, al lado del sofá. No la miro, observo el techo con mis manos sobre mi pecho.

—Te traje una sábana, pensé que podrías tener frío.

Regreso a verla, su cabello está recogido en un moño y las mangas de su suéter pasan de sus muñecas.

Suspirando, me muevo al piso con ella, acostando mi cabeza sobre sus piernas. Me cubre con la sábana. Acaricia mi cabello, paseando sus dedos sobre mi rostro. Cierro mis ojos, dejándome embriagar por sus caricias y el toque de su piel, cada uno se queda en sus pensamientos, lidiando con más de una idea a la vez. Agobiados, cansados y preocupados.

—¿Cómo te sientes?...—me pregunta con dulzura.

—No quiero hablar de eso, Meg... Yo, nada más...

—Jay, deja de querer llevar todo tú solo.

—No lo entiendes.

—Entonces, explícame y lo haré... Te he visto lidiar con tantas cosas tú solo, también puedes sentir, Jay. Puedes sentirte triste, y yo te escucharé—me dice acariciando mi mejilla con el dorso de sus dedos—. No eres débil por sentirte triste...

—Creo que es un consejo más para ti que para mi—intento esquivarla, pero no hay un ápice de diversión en mi voz.

—Jay...—repite— No eres débil, y no siempre puedes tener todo bajo tu control, no puedes hacerte responsable por todo.

Me levanto para sentarme frente a ella, siento mis cejas unidas y mi respiración nuevamente acelerada. Pero cuando veo los ojos de Meg observándome con cariño, bajo mi guardia. Meg ahueca mis manos con las suyas y besa mis nudillos, para después ponerlos debajo de su barbilla, bajo mi mirada sintiéndome avergonzado por haber reaccionado así, por haberle hablado así a Meg.

—Perdóname, Meg... No debí hablarte así...

—No, Jay... No me pidas perdón por no sentirte bien—regreso mi atención a ella, sigue acariciando mis nudillos bajo su barbilla—. Sé que eres positivo, y que intentas ayudar a todos, ¿pero cuándo has dejado que otros te ayuden?, ¿que yo te ayude?...

—Es que no lo vas a entender, Meg...

—¿Por qué no me dijiste que pagaste el alquiler?—lo dice con tranquilidad, no se ve molesta pero de todas formas me tenso—. Es un gasto de ambos. Y tú necesitas los lentes, ya sé que estás tomando pastillas para tus dolores de cabeza.

No respondo. Me observa compasiva, no es un reclamo, no quiere discutir. Más temprano tampoco quería discutir, sólo me preguntó a dónde había ido y yo, la traté mal, eso empeora todo lo que siento.

Malas Costumbres©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora