—Y recuerda, Jay. Si necesitas dinero, llámame—mamá arregla mi chaqueta y peina mi cabello, le sonrío para tranquilizar su nerviosismo. Tiene ojos llorosos desde que salimos de casa—. Te cuidaré así tengas más de treinta.
—Si pasa cualquier cosa, la que sea, tú llámame y vendré—comienzo, pero mamá parece más concentrada en seguir peinándome—. Les enviaré dinero cuando encuentre un trabajo para pagar las clases extras de Alissa y Aaron...
—Jay...
—Te enviaré para arreglar el techo de la casa de Sopa. La tubería del lavaplatos la ajusté, pero hay que comprar una nueva y cambiarla, llamaré a un plomero cuando tenga el dinero, no quiero que lo hagas tú...
—Jay—sube una ceja.
—Y la filtración del ático también la arreglé, no dejes que Aaron juegue ahí. Y, mamá...
—Jay, cariño—aprieta mis brazos y acaricia mi rostro, me mira con ternura y sus ojos nublados me advierten que quizás no sea una buena idea irme, pero sonríe, con la tranquilidad que confundí, ella no está nerviosa, soy yo quien está alterado por dejarlos—. Nosotros estaremos bien. No es tu responsabilidad...
—Mamá, claro que sí...—me interrumpe.
—No es tu responsabilidad. Ahora debes irte y ser feliz, libre. Tu padre estaría orgulloso y estaría de acuerdo conmigo en que mereces esto—una lágrima rueda por su mejilla—. Estoy tan orgullosa de ti, ven aquí...
Aunque mamá es bastante más pequeña que yo, dejo que me cubra con sus brazos doblando mis rodillas. Me aprieta en su hombro y desliza sus dedos sobre mi cabello, aspiro su olor cerrando mis ojos, beso su mejilla y acaricio su espalda, también envolviéndola en un fuerte abrazo, intentando atrapar este momento, convenciéndome que ellos estarán bien, que nada malo pasará.
Al separarnos, une nuestras manos y asiente. Sabe que he soñado con este día, aunque siento que es un poco egoísta, no hay nada más que desee que esto. Todavía parece irreal, un buen sueño. Aunque si lo fuese, Meg no estaría caminando de aquí para allá mordiéndose la uñas.
Su padre le prometió que estaría aquí, pero no hay rastro de él. Mamá me codea y me la señala con la barbilla. Meg vuelve a su asiento, rebota unos segundos su pierna, y casi de inmediato se pone de nuevo sobre sus pies elevándose en la punta de sus zapatos para ver encima de las personas del aeropuerto.
—¿Estás bien?—le pregunto cuando me acerco a ella con las manos en los bolsillos de mi chaqueta.
—Sí, totalmente.
—No lo parece.
—Estoy bien, ve con Ellen. Debes estar con tu familia.
—Entonces, ven con nosotros—le digo, me mira con una sonrisa a medias.
—Sabes a lo que me refiero—responde.
—Meg si no aparece... Lo seguirá intentando—digo para animarla, pero me molesta que su padre le siga prometiendo cosas que no va a cumplir.
—Lo sé, ¡lo sé!, estoy bien—vuelve a su asiento y está tan impacientada que no se da cuenta cuando se lleva la uña del pulgar a los labios, le quito la mano de la boca.
Me siento junto a ella, soportando mi peso en los codos sobre mis rodillas. Nuestra última vez en persona fue extrañamente cálida. Dormí con ella en el sofá toda la noche, al día siguiente al momento de irme, no pude evitar pensar si así sería todo el tiempo de ahora en adelante.
Hasta que recordé que sinceramente nada ha cambiado. Me fui sin despertarla para no tener que lidiar con un después decepcionante. Pienso que estuvo bien porque desde ese entonces no habla del tema y yo también evito hacerlo. Es como si todo fuera como en el inicio de esta situación.
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Malas Costumbres©
Teen FictionConforme creces, todo cambia. Todo es distinto y nada lo ves de la misma forma. No todos corremos con la suerte de tener lo que queremos, pero lo que tenemos no lo vemos. Sin embargo, siempre hay algo que sella lo que somos. Sin nuestro pasado no se...