48. Meg

234 37 4
                                        

Todo se siente en silencio, pero de cierta forma, no se siente desolado. Cuando estaba en la bañera, me sentí desesperanzada y casi desesperada, de una forma inconsolable.

Aunque todavía siento un vacío dentro de mi, hay algo que me hace sentir esa esperanza que creí perder. No estoy bien, no podría estarlo... Pero hay algo que me hace no caer tan bajo.

Simon me pide ver la televisión. Regalándole otra paquete de gomitas, la enciendo para él. Papá sale de mi habitación con ropa limpia y viéndose más fresco, sus ojeras han disminuido. Le ofrezco cocinar algo —como sándwiches—, pero me pide que hablemos y me siente frente a él.

Desde que Patricia me dijo que él venía, quise preguntar por mamá. Me sentí tan ingenua, pero hay una parte de mi que a pesar de todo, se preocupa por ella. No supe nada después del incidente en la casa de Jay, llamó para gritarme. Sin embargo, yo no sabía dónde estaba, con quién o siquiera estaba bien.

Mi mamá está sola. No tiene hermanos, desconozco si sus padres están muertos o sólo desaparecidos, pero se que ella los odia y sería imposible que estuviese con ellos. Supe que Sofia, la que me ayudó —muy seguramente y culpablemente— a entrar a Bridge, era muy amiga de mi madre cuando eran jóvenes, aunque me resulta ilógico que Sofia sepa algo de mi madre.

Ni siquiera me he acercado a ella para no tener que lidiar con mi inseguridad, menos para preguntar algo tan delicado.

Mi papá entrelaza sus manos en un puño y suspira, se ve delgado y pálido de manera atractiva. Las canas en su cabello peinado le hacen ver interesante pero también hace que luzca todavía algo frío.

Sus ojos negros me observan con sentimientos que podría atreverme a identificar: cariño, compasión, culpa. Hay algo que quiere decirme, no está seguro de hacerlo y no quiere hacerlo. Pero sabe que debe.

—Dime qué pasa...—le digo— Sea lo que sea, ve al grano—sus labios se tuercen con duda—. ¿Es de mamá, verdad?

—Ella... Está viva. No te preocupes—cierro mis ojos, respirando aliviada—. Pero, recayó Meg.

Algo en mí vuelve a destruirse. Tan lentamente que lo considero una tortura. Esa pequeña luz de esperanza se extingue. Sólo observo a papá intentando no culparlo. No es su culpa. No podemos regresar al pasado en donde había un muro de hielo entre ambos.

Con ese pensamiento mi corazón agoniza, pero también se tranquiliza.

Extiendo mi mano a su puño tenso, sus nudillos casi blancos.

—Esto no es tu culpa...

—Yo... Le ofrecí quedarse en casa, pero... Algo me decía que estaba mal. Fui y la conseguí ahí. No la pude reconocer. Era como volver a ver al mismo fantasma.

Guardo mis palabras, porque en realidad, no tengo ningunas.

—Y pude verte a ti en medio de eso. Meg, en ese momento que la vi, acostada en su propio vómito, agradecí que te fuiste. Agradecí tanto que estás lejos de esto... Que esta vez...

—Pudiste proteger algo de mi...—termino con un trémulo susurro, todavía con mi mano en su piel fría de los nervios.

—...Lo siento tanto, Meg. Lo siento. La interné. Me encargué de que tuviese la mejor atención posible. Quiero que esté sana, no quiero que Miranda siga así y seas tú quien deba sufrir.

Sus ojos se vuelven llorosos. Su voz es débil y su aspecto envejecido recae sobre él. Él la sigue amando. Y yo también. Es mi madre, y quisiera poder odiarla. Desear su muerte. Pero, realmente quisiera que ella estuviese aquí para cuidarla.

Malas Costumbres©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora