40. Meg

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Busco entre las cosas de mi bolso mi teléfono gritando internamente como Regina George. Balbuceo mil palabras que ni siquiera yo puedo entender lo que significan, incluso siento mi rostro caliente.

No puedo creer que estaba dispuesta a pedirle disculpas, soy el ser más patético de la tierra entera. Si tan sólo pudiera...

—¿Te pasa algo?—me sorprende la voz de Andrea.

Volteo a verla con algunos cabellos rebeldes en el rostro. Andrea cubre su cuello con una bufanda y tiene una mano dentro de su abrigo, me mira con cautela, también con algo de preocupación.

—Perdón. No te vi—digo, me siento con algo de fuerza en el banco de madera.

—Está bien, acabo de llegar—toma asiento junto a mi—. ¿Estás bien?

Hoy me han hecho demasiadas veces esa pregunta.

—Sí, son dramas estúpidos de gente estúpida.

—Si te afecta, no es estúpido—medio sonríe—. Hace algo de tiempo que no hablamos.

—La última vez Gregor golpeó a Jay—baja su vista.

—Lo siento por eso. ¿Cómo está Jay?

—Bien. Debe estar con Britney en algún lugar del universo.

—¿Con Britney? ¿De cuánto me he perdido?—creo ver algo de ese brillo del que conocí cuando hablamos por primera vez.

—No tienes ni idea—vuelve a encogerse, suspiro—. Lo siento, Andrea.

—No te preocupes—toma un par de segundos y se acerca a mi—. Tengo que hacerte una pregunta.

Uno mis cejas. No es el mejor momento, pero sé muy bien lo que está viviendo.

—Por supuesto—respondo.

—¿Es... Cierto lo que me dijiste el otro día? ¿Sobre si necesitaba ayuda?

Antes de responder, me tomo unos segundos para pensar. Por supuesto que era cierto, y que lo considere me ofrece algo de tranquilidad en medio de todo.

—Claro que hablaba en serio.

Siento como un peso de sus hombros se aligera, me mira con alivio y sus ojos brillan una vez más.

—Gracias—me abraza de sorpresa. Tardo en entender, pero le devuelvo el abrazo. De todas formas, también necesitaba uno.

—Puedes escribirme a mi teléfono. Ya tengo uno—sonrío.

Deja su número en la lista de contactos. Debajo de su ojo, cubierto por maquillaje, creo ver un tono más oscuro que su piel. Andrea se ve temblorosa e incluso más delgada desde la última vez que la vi.

Me compadezco de ella, obligo a recordar enviarle un mensaje apenas pase esta tormenta. Desde el momento en que la vi, supe que podríamos ser amigas por la sinceridad que mostraba. Y aunque todavía no la conozco lo suficiente, tengo todavía la sensación de que podríamos ser cercanas.

—Debo ir a trabajar—se levanta y se detiene—. Gracias, Meg. No sabes cuánto.

Con el teléfono en mano, asiento y sonrío con honestidad. Antes de retirarse, me mira por última vez, como si fuese una pequeña victoria. Le ofrezco una sonrisa tranquila y se va.

Deslizo mi espalda por la pared en medio de un suspiro. El asunto de Andrea logró que me calmase. Iba escribirle cosas a Jay de las que tal vez iba a arrepentirme. Como de que era un gusano desleal. Ahora que lo pienso, suena increíblemente estúpido, y muy seguramente en vez de enojarlo, se reiría.

Malas Costumbres©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora