66. Meg

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Una semana para la gala...

La música del piano me acribilla los oídos. Mis dedos se mueven sobre las teclas con precisión, pero el sonido sale como si le disparase a un ganso en vuelo...

—No. Otra vez.

Una capa de humedad cubre mi frente. Suspirando para mi, deslizo la mano sobre mi piel antes de volver a empezar. Sofia y yo nos encontramos en la sala de música en donde la luz entra como una estela delicadamente fantasmal y etérea, sin embargo, eso no logra transmitirme lo que necesito.

Porque, ni siquiera sé lo que necesito.

—No, Meg. Otra vez—deja de caminar y se apoya del codo sobre el piano. Me muerdo el interior de la mejilla. Empiezo de nuevo.

Pasé los exámenes. He ido al trabajo y no he tenido inconvenientes. Jay y yo estamos... bien. Pero en mi cabeza, muy en el rincón de mis incógnitas no respondidas, respira el nombre de Lys...

Aviva mis preguntas el sonido de su nombre en mis pensamientos. ¿Quién es esa maldita Lys? Sí. La busqué en internet. Demasiados resultados como para diagnosticar uno. Jay me ayudó a encerrar cuatro perfiles con probabilidad... Cuatro. Y ningún rostro entre sus fotografías me parecen reconocidas.

Nunca había escuchado ese nombre en mi vida, ni siquiera por casualidad. ¿Qué tanta importancia tiene esa Lys y qué tiene que ver con mi mamá? ¿Qué tengo que hacer para entender lo que me corresponde como respuesta?

—¡No, Meg! Estás tocando con demasiada frustración.

Me detengo abruptamente esperando más palabras dejando caer mi cabeza sobre las teclas. Me contengo. Me contengo y respiro con mis ojos cerrados intentando aclararme y verlo desde una perspectiva objetiva... No puedo permitirme decepcionar a Sofia.

—Neg, necesito que seas honesta conmigo... ¿Puedes hacer esto?

Regreso a ver su rostro para encontrarme con una expresión calmada, apacible. Pero a su vez, demandante.

—Esto es un evento importante para la universidad, se escoge a los que se considera más preparados para preservar la atención que tenemos de las influencias... Y sí. Te estoy presionando. ¿Estás segura que puedes hacerlo?—me permito rasguñar algunos segundos.

—Sí—mi voz sale como un hilo—. Vendré más tarde y lo ensayaré. Me salió bien ayer.

—Necesito seguridad de tu parte, Meg—me advierte—. No podemos dejar esto a la suerte.

Asiento antes de retirarme sosteniendo mi bolso con más fuerza de la que requiere. Bridge está solo... Se escuchan los instrumentos de los músicos, el arte rebosa de forma impaciente, como si él mismo exigiese que el día esperando por todos —menos por... mí, obvio— llegue.

El departamento está no frío, pero no hace el calor suficiente para querer quitarme mi chaqueta a pesar de que las ventanas del balcón están cerradas y una bebida caliente me espera con la cola alegre de Pequeñito cuando me siento en el suelo, en la sala. Dejando mi cabeza caer sobre el sofá.

—¿Cuándo llegaste?

Sale Jay de su habitación. Se inclina dejándome un beso rápido en los labios y camina a la cocina donde abre una bolsa de papas. Se sienta con las piernas en posición de indio y me ofrece la bolsa, sus lentes se resbalan por el puente de su nariz.

—No me digas que vas a almorzar eso...—le digo. Sube una ceja y con la barbilla me señala la taza entre mis manos.

—¿Qué hay de ti? ¿Desayunaste siquiera?—pregunta con un rastro de preocupación escondida.

Malas Costumbres©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora