05. Jay

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Revuelvo el cabello de Aaron y Alissa al llegar, casi de inmediato subo las escaleras con Sopa siguiéndome para cerrar la puerta con el talón con más fuerza de la requerida. Sopa busca mi atención apoyándose en sus dos patas ladrando y saltando con alegría.

—Hola, amiguita—rasco su barriga, la lengua le cuelga fuera de su hocico—. Hoy no está Meg para acariciarte, tendrás que conformarte conmigo.

No supe del momento en que se fue. Desapareció justo cuando el timbre de salida anunció a la muchedumbre de adolescentes que era hora de irnos y aunque intenté buscarla, simplemente se esfumó dejándome en la emocionante situación de estar con Lisa quien no se apartó de mi hasta que decidí ir a casa. También me di cuenta de que Meg no exagera. Lisa habla tan agudo que creo que perdí por lo menos un dos por ciento de mi audición.

Acompaño a Sopa sentado sobre la cama después de sacar mi teléfono del bolsillo. No hay ningún mensaje de su parte, tampoco una llamada. Mucho menos una notificación. No puedo evitar decepcionarme, y aunque algo me dice que debería escribirle, echo el teléfono a un lado pasándome las manos por el rostro.

Me avisa sobre alguna notificación y casi evito rogar porque sea Meg, pero me encuentro a mi mismo rodando los ojos tanto como puedo cuando veo el nombre de Lisa. Me arrepiento todavía más de haberle coqueteado cuando me insiste por quizás quinta vez en el día que vaya con ella a la fiesta. Reconozco que fui un imbécil, pero por más enojado que esté con Meg, no cambiaría la idea sobre ir con ella.

Aunque busco repasar para mi examen de historia de mañana, tal como en mi última clase, no puedo dejar de pensar en ella. Me siento tan terriblemente culpable por gritarle, únicamente espero que esté bien y quiero pedirle disculpas.

Además de que la carta sobre mi mesa de noche hace palpitar aún más mi culpa, dejo a un lado mi libreta para tomar la carta todavía con Meg en la cabeza, pienso en sus ojos vidriosos y sus pómulos enrojecidos por el enojo. La suelto sobre el escritorio con la frustración acumulada desde el instante en el que se acercó a ese idiota, vi en cámara lenta como le comía el cuerpo con la vista sin ninguna vergüenza.

Quise golpearlo, siempre ha habido cierta tensión entre nosotros, específicamente por Meg, quien no fue la que inició el coqueteo en la última fiesta, estoy seguro.

¿Y que sí lo comenzó? ¿Qué hay si... Le gusta Nix?

—Ay, no puede ser—aprieto mi cabeza entre las manos.

Si de verdad le gusta Michael, no tendré más remedio que hacerla entrar en razón. La llamo, pero su teléfono suena una y otra vez hasta que responde la contestadora.

Sigue enojada, intento de nuevo aunque ocurre lo mismo. Hemos estado peor, y ha respondido mis llamadas aún así.

—Vamos, Meg. Responde.

¿Pasaría algo en el camino? Estoy casi paranoico, si no hubiese llegado a casa, Miranda posiblemente hubiese recurrido a mi.

O ella no lo sabe.

Con esa idea, mi corazón de paraliza un segundo. Muerdo la uña de mi dedo pulgar con nerviosismo. Debí llamarla en vez de soportar a Lisa, debí obligarla a irse conmigo y no sola. Decido que si no contesta esta vez, iré sin pestañear.

Al carajo. Ni siquiera espero que suene la primera vez. Bajo por las escaleras con pies rápidos.

—¿A dónde vas con tanta prisa, Jay Sullivan?—pregunta Rose asomándose desde cocina a verme en la puerta de entrada.

—Meg no contesta el celular, no la veo desde la tarde porque tuvimos una discusión y no se dónde está—hablo con emergencia.

—Oh...—su cara se transforma como la mía, agarra las llaves del mueble junto al espejo y me las lanza—, conduce con cuidado.

Malas Costumbres©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora