12. Meg

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Camino en círculos. El pasto es suave y verde, pero aunque pincha mis pies, es agradable y casi siento paz si no estuviese tan confundida por caminar en círculos irracionalmente. No tengo razones para caminar en el mismo lugar, pero tampoco puedo avanzar ni observar otra cosa que no sea el pasto y mis pies.

Abriendo los ojos, puedo sentir la pesadez en donde mis ojeras se hacen cada vez más grandes, y todavía no amanece. Siento que tengo algodón detrás del paladar, además que mi boca no debe tener un olor muy digno de pulcritud. Puedo culpar al vómito. Pero, ¿por qué vomité?

Jay sigue a mi lado, duerme con el brazo sobre sus ojos. Trae puesta la camisa blanca de su traje y los pantalones negros de vestir. Con esto recuerdo la fiesta de graduación.

Junto con la maldita bebida que me mantuvo verde casi toda la noche.

Maldigo a Nix y a su alcoholismo asqueroso. Se salva de que no lo vuelva a ver en mi vida, aunque desearía poder vomitarle encima lo que sea que le haya puesto a la bebida.

Cuando inclino mi cuerpo para sentarme, entrecierro los ojos con incomodidad. Si no estuviese medio despierta pensaría que están friendo huevos sobre mis ojos, estoy viviendo una vez más las consecuencias de no pensar lo que hago. El mareo sigue torturándome menos que antes, pero no evita que haga una mueca de asco cuando siento la acidez subir en medio de mi pecho y por mi cuello. De recordarlo, quisiera poder regresar el tiempo y arrancarme el cerebro.

Regreso a ver a Jay, quien tiene los labios entreabiertos mientras duerme, generalmente suspira cuando lo hace y respira de vez en cuando por la boca. Me hacía pensar que estaba despierto, pero me acostumbré.

Suprimo el agrio recuerdo de él saliendo con Vanessa, claro a charlar no fueron.

Debimos bailar un poco más.

Admito que fue un poco ventajoso el hecho de que no tuvo que lidiar con el inicio de mi estado... Pero sí con el proceso y, fue mucho peor. Qué análisis tan inútiles hago. Me tumbo de nuevo.

Sigue oliendo bien mientras yo tengo una ligera capa de sudor cubriéndome la nuca a pesar del aire acondicionado, acerco mi nariz a su pecho, la liga entre su perfume y el óleo no es común. Es lo que me gusta de su peculiaridad.

Basta, ya para. Me digo a mi misma.

Un destello de un nuevo beso aparece, se sintieron reales sus palabras. Jamás he dudado de Jay. Es demasiado que procesar, la noche hace que mi cabeza me atosigue de pensamientos dañinos y ansiosos. Mamá. ¿Qué estará haciendo? ¿Estará bien? No debería pensar en eso después que sus palabras se convirtieron en dagas, pero es mi mamá. No se veía bien ese día.

¿Estará papá en casa o de turno? ¿Habrá dormido algo? Jamás lo he visto dormir, sus ojeras resaltan bajo su piel blanquecina, admito que siempre se ha visto algo demacrado. Le pregunté una vez qué sentía cuando tocaba un corazón, y recuerdo que única vez sentada en la cafetería del hospital frente a él, me sonrió y dijo que debía de tener mucho cuidado, pero temía de vez en cuando que se le cayera.

Eso me hizo reír, le conté a Jay al día siguiente imaginando a papá temblar como una gelatina mientras tenía un corazón en la mano, todavía no sé por qué me causó tanta gracia, porque aunque recuerdo que Jay río, dijo que también era asqueroso.

Conservo tanto ese recuerdo, tan pocas memorias tengo con papá que me enternece pensar en la Meg más pequeña con medias de rayas de colores sentada frente a papá, pensando que él era el más maravilloso del mundo por comprarme medias que mamá desaprobaría, pero que él me dejaría usar a escondidas sin decir una palabra.

Me hubiese gustado pasar más tiempo con papá. Me gustaría seguir pensando eso.

Jay suspira por segunda vez, viéndolo pienso en que es lo único que tengo ahora. Evito esa idea, pero la verdad es que estoy tan deprimentemente sola que perderlo a él sería devastador.

Malas Costumbres©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora