Con la misma lentitud con la que mata el dolor, mi frente se deja caer en el puerta mientras mi mano todavía se envuelve sobre el pomo, como intentado decidir qué es lo correcto. Si quedarme en este vacío que sigue creciendo, o volver a la sala con Jay.
Limpio con rabia una lágrima que empieza a rodar en mi rostro, mis dientes se adhieren a la carne dentro de mi boca con fuerza para ayudarme a contener el resto que ruegan salir y ahogarme.
Dos pasos hacia atrás. Todavía con la vista fija en la puerta.
Mis uñas se abren paso a la raíz de mi cabello, siento como el aire empieza a escasear hasta que me cuesta respirar. Me duele tragar y el dolor se abre como una flor con espinas en mi pecho, mi cabeza vuelve a nublarse.
Ruego como mis lágrimas.
Por favor... No.
La sensación de las hormigas caminando en mis brazos viene acompañada con el deseo de gritar pero es imposible, la respiración se me hace corta y se anuda detrás de mí garganta.
Mi vida empieza a aplastarme.
Con dificultad me acuesto en la cama, casi ni me doy cuenta de que no pude seguir conteniendo las ganas de llorar, ensucian mis mejillas. Cierro mis ojos, aferrándome a alguna idea de tranquilidad, pero nada. Acaricio mis sábanas limpias intentado tranquilizarse. Puedo con esto.
Puedo con esto.
Puedo con esto...
Lo repito. En mi cabeza y en susurros, hasta que me quedo dormida o mi cuerpo me hace el favor de desmayarse. Pero sueño en negro, con sombras negras e incomodidad.
.
.Cuando lentamente despierto, todo luce borroso y oscuro. Apenas puedo recordar en donde estoy. Todavía tengo un puño sobre el abdomen pero lo aparto para levantarme desde la mitad de mi cuerpo. La pesadez debajo de mis ojos casi no me permite mantenerme alerta y la acidez que recorre mi esófago me produce náuseas. Levanto mi teléfono para ver la hora.
Tengo treinta minutos de retraso.
—¡Maldita sea!
Ignoro cualquier dolor de mi cuerpo y me obligo a vestirme con cualquier cosa, incluso creo haberme puesto una media de otro par, corro al baño para cepillarme los dientes y no me reviso en el espejo para ver el estado de mi cabello y mucho menos de mi rostro sin maquillaje.
Cierro la puerta del apartamento detrás de mí intentando que mi bolso no se caiga de mi hombro, Jay debió irse sin mi. Corro por las escaleras ayudándome con las paredes, lo único que logro es doblarme dolorosamente uno de mis pies. Maldigo lo más discretamente que puedo al conserje por haber dejado que el maldito ascensor se dañara hace dos días.
Salto con mi pie sano los últimos escalones, piso mi abrigo en el suelo cuando cae frente a mi todavía una una parte dentro del bolso y junto a él, sale disparada mi ropa de cambio.
—¿Necesitas ayuda?—se acerca a mi el chico recepcionista. Mastica un chicle mientras sonríe.
—¡No! ¡No! ¡Estoy bien!—digo mientras meto todo de nuevo todo como trapos dentro de mi bolso.
—No pareces estar bien.
Lo miro a los ojos con las cejas juntas pero mantiene una sonrisa amigable, me tiende el abrigo y me levanto.
—Gracias, pero estoy realmente apurada.
—¿Te dejó tu novio?—encienden el fuego de mi sangre.
—No es mi novio.
—Se fue con una chica hace un rato cuando empezó a llover.
—Gracias. No era algo que quería saber.
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Malas Costumbres©
Teen FictionConforme creces, todo cambia. Todo es distinto y nada lo ves de la misma forma. No todos corremos con la suerte de tener lo que queremos, pero lo que tenemos no lo vemos. Sin embargo, siempre hay algo que sella lo que somos. Sin nuestro pasado no se...