04. Meg

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—Despierta.

Siento como si pincharan mi rostro con una ramita. O quizás sigo soñando y sigo en el hermoso bosque de pinos verdes que casi tocan el cielo. Aunque no puedo estar en un bosque ¿Cómo podría?

—Despiértate, Meg. Debemos ir a la escuela.

Estoy sola caminando a través de lo que tal vez podría ser el Bosque Prohibido de Hogwarts. No está nada mal, hasta que recuerdo que estudié hasta tarde, pero no sé qué.

Biología.

Por eso estoy en el bosque. 

Mis pensamientos no tienen una linea concreta, logro despejarme hasta abrir un ojo para descubrir que no estoy en mi habitación. Tampoco en un bosque. Mucho menos en el de Hogwarts, sólo en mis sueños podría recibir mi carta e ir. 

Entro en medida de mi cansancio. Siento que no pude dormir demasiado y me siento tan cómoda a pesar del insoportable frío del aire acondicionado.

No me siento capaz de levantarme, ni mucho menos de ducharme, así que simplemente me levantaré.

Mhes lo único que logra procesar mi cerebro como respuesta a las súplicas de Jay. Siento mi boca pegajosa.

—Por favor, no quiero llegar tarde.

Mi visión se aclara hasta distinguir a Jay vestido en un suéter azul marino de lana, ya casi listo. Lleva sus lentes dorados delgados y redondos puestos, seguramente estuvo repasando antes de levantarme.

Apoya los nudillos sobre su cadera luego de peinar su cabello con algo de desesperación. Me empuja con la rodilla, pero no quiero moverme.

—Meg, levántate. Te dije que debíamos dormirnos más temprano.

Termino por mirarlo con odio para después sentarme antes de escuchar sus insoportables quejas por más tiempo. Sorbo mi nariz mientras deslizo arriba la tira de mi franelilla que cae sobre mi hombro mientras Jay se va sin decir una palabra. Seguramente lo espantó mi cara de pocas horas de sueño que se asemeja bastante a la de un adicto.

Muerdo el interior de mi mejilla, me pasó por encima la sudadera roja guardada en mi bolso y conforme entro en mis sentidos, recuerdo que casi siempre dejo algún cambio de ropa por ahí. Abro los cajones del Ordenado Jay, mi ropa de emergencia sigue ahí. Sigo helada. Y asqueada porque acabo de analizar que vi condones en el segundo cajón. 

Jay no está ni cerca de ser mujeriego, pero tiene sus aventuras ocasionales. Es incómodo tener esa idea de él con una chica que probablemente conozca de la escuela. Y que posiblemente estoy en la misma cama donde él...

—Asqueroso.

Me esfuerzo por cepillar mis dientes, sigo con los pómulos enrojecidos por el frío y ojeras interminables debajo de los ojos. No pasó por alto mi cabello al momento de arreglarme, aprovecho de colocar algo de máscara de pestañas y unas gotas de corrector para ocultar los agujeros espaciales que seguirán creciendo si no regulo mis horas de sueño.

—Hay cereal para desayunar—dice Jay asomando la cabeza por la puerta de la habitación.

—Es lo que necesito ahora.

—Y café.

—Me conoces bien—mi dedo índice le toca la punta de la nariz al salir.

Disfruto del desayuno lleno de frutas, Ellen rueda hacia mi una taza de café a través de la mesa con una cálida sonrisa. Aaron le pide un poco, pero Ellen se niega. Le doy un sorbito del mio silenciando el acto con el índice sobre los labios cuando nos da la espalda para seguir rebanando frutas. Después de una larga noche de estudio, agradezco la existencia del café porque si se extinguiese por razones del destino, no tardaría en desaparecer yo también.

Malas Costumbres©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora