28. Meg

516 64 10
                                        

Tomo unos cuantos apuntes en la libreta, dentro de introducción a composición nos enseñan sobre los orígenes de la música clásica. De esas piezas que hacen que los vellos del cuerpo se ericen, como si quisieran llorar.

Sería como llorar por los brazos, pero es lo que siento cuando escucho a Batch o las obras de Stravinsky.

—No te ves de música clásica—susurra Heron mientras subo la mirada a lo que el Maestro Evenson escribe.

—Dijiste que eras de vista—le respondo.

—¿Entonces te gusta?

—Por supuesto. Revolucionaron la música.

—¿Eso crees?—me levanta una ceja, suelto el lápiz para escucharlo—no creo que se hayan levantado una mañana y hayan dicho: hoy es un buen día para hacer un maldito rompecabezas con la música—río—. Lo hicieron porque algo más grande que un esquema los llevó.

—¿Y qué es?—inclino mi cabeza. Sonríe con seguridad y se acerca como si tratase de un secreto.

—Lo que sentían. Cada pieza imprime el dolor, la alegría, la ira. La rebeldía. Lo que no pudieron decir con palabras lo hacían con instrumentos... Tal como hacemos nosotros. Sé que entiendes perfectamente de lo que te hablo—mira mis dedos. Los aprieto suavemente contra mi palma con discreción.

Claro que lo entiendo. Jamás dejé de tocar, ni siquiera porque tuviera dolorosas burbujas en mis dedos. Pensar que dejé mi violín en Ciudad Solar me hace querer matarme, ya debió dejar de existir como el piano por mi madre. Cuando llegué de la escuela al día siguiente la vi con el cabello sobre la frente, la cara hinchada y enrojecida golpeándolo una y otra vez, las teclas en el suelo como si no significasen nada. Cuando para mi, es todo.

—No creo que te guste la música por estructura, no te ves de esas cuadradas—señala con la barbilla a la chica castaña de la otra esquina, Mary Ann. Su falda perfectamente planchada y el cabello tan liso que pareciera que estuvo en la peluquería por años, está sentada tan recta que parece que tuviera un tubo en la espalda—. Te gusta porque gritas a través de las notas y cuerdas todo el dolor.

—Pareces un poeta punk—sonrío impresionada. Claro que tiene razón sobre mi, pero no puedo dejar que me vea como un libro abierto.

—Y tú pareces una tumba. Todavía no me has dicho nada sobre ti. Parece que tendré que invitarte a una salir para resolverlo.

—Otra vez con eso—le ruedo los ojos, riendo.

Estuvo toda la semana pasada haciéndome guiños de que debería contarle sobre mi. En las clases que estuvimos intentó sacarme conversación sobre mi vida y cómo logré entrar. Ni siquiera se lo he contado a Jay. Es más, he evitado pensarlo completamente. He estado ocupada entre Bridge, el trabajo y Jay como para estar lista para hacer amigos y contarle mi vida a un extraño bastante agradable y raramente conversador.

—No entiendo tu empeño en saber sobre mi—le digo.

—Sé que eres interesante.

—Claro que no. Soy completamente normal—niego con la cabeza y le alzo la barbilla con una sonrisa.

—No puedes creértelo ni tú, Maestra—me guiña el ojo—. Una pregunta que tienes que responderme, sólo una.

—Sólo una—le advierto.

—¿Qué te hizo venir a Goleudy?

—New Bridge—respondo con obviedad, sisean para que nos callemos, bufo por la nariz.

—No. No creo que haya sido solamente por eso.

Quería escapar de todo lo que dejé en Ciudad Solar. Mi madre. La soledad. La decepción constante. Quería hacer una Meg nueva. Traje solamente dos cosas que me hacen feliz. Mi guitarra y Jay.

Malas Costumbres©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora