22. Meg

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No hace falta que abra demasiado mis ojos para percatarme de que todo estaría a oscuras, de no ser por la luz de la cocina. Como han sido los últimos días. Aún somnolienta, siento el corazón de Jay latir velozmente, su respiración es profunda y rápida.

—No...—susurra, aprieta los ojos.

Me aparto de su cuerpo, arrodillándome en el suelo. Sacudo uno de sus brazos pero sigue inmerso en su pesadilla.

—Jay...

Su cuerpo está tenso, y sus ojos fuertemente cerrados, como si escuchase una explosión. Llevo mis dedos a su rostro húmedo por el sudor.

Tengo una idea de lo que puede estar soñando.

Su expresión confundida y asustada me da una pista.

—Jay—lo muevo otra vez para intentar despertarlo, y parece estar entrando en pánico por la forma en la que respira. De sus ojos, se escapan dos lágrimas que se unen con la humedad que brota de sus poros.

—Papá...—niega con la cabeza, su voz sale como un suspiro, como si no pudiera despertar.

—¡Jay!—ahueco su rostro en mis manos.

Abre los ojos de golpe, y levantándose desde la mitad de su cuerpo, mira a todos lados antes de detenerse en mi.

Exhala el aire como si fuese a acabarse, limpia con el dorso de su brazo su frente empañada de sudor.

De nuevo, me siento junto a él en el sofá, pero se aparta de mi intentando recuperar el control de sus pulmones con las manos sobre su rostro.

Yo solo me quedo aquí, junto a él esperando que se tranquilice. 

—¿Jay?—intento tomar una de sus manos al pasar unos minutos, pero se tensa y me evita.

—Estoy bien... Estoy bien—dice relajado, o resignado. Apoya sus brazos sobre sus rodillas, con los pies encima del sofá sentado frente a mi.

Me doy cuenta del ligero temblor de sus manos.

Con sigilo, ahueco un lado de su rostro con mi mano, y aunque no me mira, respira y su cuerpo parece relajarse.

—¿Seguro estás bien?...

Suspira con tristeza.

—Sí... Pero, yo, es lo que recuerdo.

—¿Qué recuerdas?—intento suavizar mi voz, acariciando mi pulgar en su cuello, buscando traerlo hacia mi.

—Lo que hizo él, mientras estaba agonizando...—su espalda se encorva, verlo tan vulnerable. Él, quien siempre parece mantener todo bajo control, tan responsable. Haciendo todo lo que este a su alcance para que todos los que ama estén bien.

Me parte el corazón, y para que hable de Roy, debe estar así de destrozado.

—¿Quieres hablar de ello?—me acerco, tomando sus manos entre las mías frotándolas. Sus dedos están fríos.

Mira fijamente un punto en el suelo, todavía recuperando su cordura y convenciéndose de que no es real. Pero sí lo fue.

—La conversación es distinta la mayor parte del tiempo, pero siempre veo... Como el volante se le estrella en el pecho, su mano ensangrentada buscándome, y...

Con suavidad, rodeo su cuello con mis brazos, siseando y susurrando que estará bien. Responde sujetándome de la cintura con fuerza, escondiendo su rostro en mi hombro, viéndose tan pequeño, aunque quizás me duplica en tamaño.

Lo tranquilizo pasando mis dedos por su cabello. Le canto, bajito y casi en su susurro. Deja caer su cabeza en la cuenca de mi hombro y cuello mientras lo hago, sin hablar, sin decir nada más.

Malas Costumbres©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora