14. Meg

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Jay respira profundamente, intento no rozar la venda de su torso. He intentado dormir desde el momento en el que apagué la luz, cada vez que intento deslizarme para ir al colchón inflable, Jay me apreta más fuerte, no quiero apartarlo y arriesgarme a tocar su costado magullado.

 Cuando cierro los ojos puedo verlo lanzando el primer golpe. Hace que me sienta culpable y que quiera picarme en cuadritos.

Fui yo la que le habló en la cafetería. Nix siempre ha molestado a Jay, pero él había sido más inteligente y había decidido ignorarlo. Hasta hoy. Subo el rostro hasta su cara rota, tiene los labios entreabiertos como siempre cuando duerme. Un moretón comienza a nacer cerca de su ojo del lado de la herida de su ceja, sigue fresca la sangre de su boca. Quiero agradecerle, me molesta que se haya metido cuando pude hacerlo sola, fue valiente.

Y también estúpido. Pero más valiente. Le acaricio la mejilla con el pulgar, recuerdo un segundo como se sintió su beso en la playa, todo se está volviendo tan distinto que no puedo controlarlo.

Mi opinión sobre las relaciones siempre ha sido la misma. No funcionan. Según las historias de mi madre, el matrimonio de mis abuelos había sido un desastre y agradecía haber salido de ahí joven. No hace falta mencionar cómo acabó el de ella y mi padre. Creo plenamente en el amor, pero el amor viene de la mano con el dolor. He leído que mientras la muerte de una persona se acerca y es tranquila, siente paz. 

Es exactamente con lo que lo comparo, estás muriendo y no te das cuenta porque estás concentrado en lo que sientes mientras lo haces. Hay que ser fuerte para amar tan profundamente que estés dispuesto a dañarte y no me creo capaz de soportar más de esas dosis. Quiero a Jay, como a nadie y por esa razón no quiero aventurarme a perderlo por un capricho, me lo repetiré hasta convencerme de que es así. No estoy dispuesta a tolerar más dolor. No me quedaré sin Jay para siempre.

—¿No puedes dormir?—Jay abre un ojo sonriente, aún con mi mano en su mejilla.

—Haces mucho ruido.

—Claro, tú me ganas—responde con voz adormilada.

—Te gano en todo.

Jay ríe, su labio partido lo hace lucir diferente. Recuerdo dos peleas de Jay en la escuela cuando eramos niños pero nada comparado a esto.

—Me dolió más cuando me golpeaste tú en la escuela—dice refiriéndose al día en que nos hicimos amigos.

—Eres un mentiroso.

—Tengo piel de acero.

—Por esa razón te salió sangre, tiene mucho sentido—bufo por la nariz.

—¿No me dejarás ganar ni una sola vez, no?

—Está bien. Esta vez porque lo mereces.

—Yupi—dice con sarcasmo.

—No robes mis líneas, además deberías dormir.

—Ya me despertaste de la emoción de haberte ganado en algo.

Jay sigue con la mano en mi cintura, sus dedos tocan la piel desnuda donde la sudadera subió. Cierro los ojos, necesito dormir, dudo que a estas alturas sea posible.

—Gracias, Jay.

—¿No estás enojada?

—Puedo defenderme sola. Pero esta vez fue diferente.

—Volvería a hacerlo.

—Para de decirlo.

—Sabes que sí—me calla—. Deja de culparte por todo.

Malas Costumbres©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora