50. Meg

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—Sé que no le hemos dado respuesta, pero debe entender que...

—Escuche—le interrumpo— He llamado tres veces esta semana, ¿no podría preguntarle a alguien e informarme de su estado?

—No tengo la autorización para eso—me muerdo la uña de mi dedo pulgar con frustración—. ¿Hola?, ¿está en línea?

—Sí... Sí. Gracias. Llamaré de nuevo la siguiente semana.

Corto la llamada antes de recibir respuesta, la misma que me han dado las veces anteriores que llamé. No puedo saber nada de mamá sin la autorización de su responsable o psiquiatra, y el último al parecer, jamás está disponible. Papá evade el tema, y aunque le he enviado mensajes que evidentemente recibe y lee, los ignora.

Soporto mi peso sobre mis codos en el mesón, masajeando mis sienes en busca de apaciguar las tormentosas ideas de mi cabeza. Desde que papá me habló sobre su estado, no he podido estar tranquila. Que haya recaído me hace sentir tan culpable, ella está tan lejos... En todos los sentidos. Mi mamá y yo estamos lejos, y no sólo en nuestro estado geográfico.

Aunque ella no quería tenerme, y que me haya rechazado durante la mayor parte de mi vida, no evita que la ame, es masoquista. Pero es mi mamá, yo quiero tener a alguien a quien llamar mamá. Cuando era pequeña y solamente me acompañaba la tristeza en aquél departamento de Ciudad Solar, me decía a mí misma que era mejor tener padres, que no te quisieran o ignoraran, a no tener a nadie. Más tarde llegué a la conclusión de que es lo mismo, que si por alguna razón ellos desaparecieran, estaría igual de sola.

Pero ahora, con papá queriendo arreglar las cosas conmigo, cerca de mi... Siento esperanza, por una parte puedo incluso imaginar a mi mamá queriéndome, hablando conmigo como siempre quise. Pero, también me siento desesperada, no tengo forma de saber si está bien, si está a salvo, no desde aquí.

—Hola, preciosa—Jay cierra la puerta con el talón, me saca de mis ideas. Sonrío cuando me deja un beso en frente y se quita su chaqueta dejándola sobre el mueble.

—¿Cómo te fue?—le pregunto. Se sienta frente a mi, sus nuevos lentes muy parecidos a los anteriores le hacen ver interesante, junto con su ahora cabello largo que cubre su cuello, hace una mueca de asco seguido de un escalofrío.

—Terrible. Se aprovecharon de Colin y de mi hoy, no sé qué tiene el cocinero que no desperdicia oportunidad para dejar sobras de lo que sea en los sartenes, y cuando te digo que es asqueroso y sospechosamente derrochador, es en serio—río con sinceridad, acaricio la línea de su mandíbula con mi pulgar, después toma mi muñeca con cariño para dejar un beso en mis nudillos—. ¿Estás bien tú?, ¿cómo está tu pie?

—Mi pie está bien, no voy a perderlo—ríe expulsando aire por la nariz, desliza mi mano por su rostro sosteniendo mis dedos—. Ya estoy bien, Jay...

—Prefiero que estés en casa hasta que esté sano.

—¡Está bien! Ya mi pie está bien, deja de preocuparte—se acerca a mi rostro dejándome un beso suave en los labios.

—¿Puedes callarte por una vez en tu vida?—con una sonrisa desorientada, le empujo un hombro—. Te quiero, ¿podrías estar en casa hasta que estés completamente segura de que puedes trabajar?

—Jay, tengo que trabajar...

—¿Puedes?—me calla con otro beso, quiero seguir insistiendo, pero sólo asiento.

Sonríe antes de besarme, una de sus manos me toma del cuello para acercarme a su cuerpo mientras desliza su lengua en mi boca, eso hace que mi rostro se caliente y lo bese con más intensidad, Jay me observa cariñoso y con esa sombra en sus ojos olivo que me intimida, deja un beso en mi frente. Busco regresar a sus labios, pero algo en su expresión me detiene.

Malas Costumbres©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora