36. Meg

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—¡Tía!—Tori palmea su pierna reprendiéndola. Regresa su atención después de unos instante—. Todo estará bien, Meg. Te lo prometo.

Asiento con un mal sabor burbujeando. Puedo jurar que siento mi piel de gallina. Busco a Jay con mis ojos y me encuentro con una sonrisa que promete que todo irá como debe. Mi cuerpo se relaja cuando discretamente alcanza mi mano y acaricia mis dedos con su pulgar.

—Se ven tan lindos juntos—dice la tía Karina sentada al lado de June con las piernas cruzadas—. Todavía recuerdo a mi primer amor, es lo más dulce que puedes llegar a sentir en la vida.

Me quedo esperando la respuesta de Jay de que no somos pareja, pero asiente y sonríe cortésmente. Hago un puño con nuestras manos unidas,suplicando silenciosamente que no me suelte.

—¿Cómo está Miranda, Meg?—pregunta mi tercera tía-abuela, Melissa, puedo sentir como los ojos de Tori se agrandan con incomodidad en respuesta. No me siento cómoda con la pregunta pero me obligo a lucir indiferente.

—Está bien, tía—considerando que no la veo desde que me gritó borracha en casa de Jay, podría ser una mentira—. La despidieron de su trabajo... Hace más de un año, así que está trabajando como consejera escolar.

—Una lástima—responde dándole un sorbo a su copa, June y Karina la miran como si hubiese perdido la razón. 

—Sin ofender, cariño—empieza la tía June—, pero Miranda es una...

—¡Sí, sí!—interrumpe Tori—. No es necesario recordarla en este momento. Lo bueno es que Meg está aquí y no queremos incomodar a Jay.

A su mención, siento su mirada curiosa sobre mi. Jamás le dije que despidieron a mi mamá.

—¡Llegó el abuelo!—grita Brad con Simon a su lado, son los dos que estaban con la tía Patricia en el Parque de los Álamos.

Mis palmas empiezan a sudar, instintivamente muerdo el interior de mi mejilla. El temor se asienta en mi estómago casi como un golpe.

—Me gusta tu cabello—Simon se inclina con los hombros cerca de sus mejillas sobre el sillón cuando Brad se va, alzo mis cejas para darle mi atención.

—¿Te gusta?—respondo cuando me doy cuenta de que sus ojos oscuros están sobre mi.

—Sí, es bonito. ¿Por qué tienes una trenza?

—No lo sé, combinaba con este vestido—mi sonrisa se quiebra, los gritos de felicidad se escuchan desde la entrada, mis músculos se tensan.

—Deberías tenerlo suelto.

—La próxima vez que venga lo traeré suelto.

—¿Vendrás de nuevo?—un pequeño hoyuelo en su mejilla se hace con su sonrisa.

—Claro, si estoy invitada. Por supuesto.

—¡Claro que sí! ¡Podrías dormir aquí alguna vez!

Escucho pasos a través del pasillo. Inconscientemente me deslizo por el sillón como si eso fuera a desaparecerme, que es justo lo que deseo. Jay apreta mi mano un poco más.

—Todo estará bien, nena—susurra en mi oído.

—Eso espero.

Mis tías se levantan corriendo lo más rápido que le permiten sus innecesarios tacones de aguja y sus aproximadamente sesenta años para rodear a mi abuelo con caricias, casi ruego que no me haya visto. Con mi respiración contenida mi cabeza gira para encararlo.

Sostiene a June mientras se balancea con la agarradera de su maleta. Su cabello es casi completamente blanco pero su barba le da algo de color a su rostro, sigue teniendo un parecido extraordinario con mi padre. El puente orgulloso de su nariz, la mandíbula marcada. Ese porte de doctor que no podría pasar desapercibido. No muestra sus dientes pero sospecho que está feliz por la forma en la que sus ojos ligeramente hundidos se cierran.

Malas Costumbres©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora