20. Meg

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Jay se encargó de pedir algo para almorzar y qué más básico que una pizza. Mordisqueé unos pocos pedazos antes de darme cuenta de que era la más espantosa que he comido jamás. Jay se la acabó por mi porque a pesar de que tengo estómago de camionero, mi paladar es exigente de vez en cuando.

Me sujeto nuevamente el cabello con una cola de caballo sin estar demasiado segura de este nuevo peinado, pero deseo verme presentable. Debo llegar al café unos minutos antes para escuchar la explicación del cómo se supone que debo ser mesera. Debe tener sus complicaciones y es bueno saber que algo aprenderé porque jamás he sido mesera y presiento que seré un fracaso.

—¿Estás lista para tu nuevo trabajo?—miro a Jay en la puerta de mi habitación.

—No diré sí. Pero tampoco no.

—Sé que lo harás bien.

—Si te preguntan como lo hice, dirás que soy la mejor mesera de todo el mundo y no habrá ninguna otra mejor que yo.

—Así será.

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.

Hay tres chicas fila escuchando a Víctor cuando me apresuro por la puerta. Me entrevistó de forma breve más temprano e incluso insistió en que me estaría esperando, pero al parecer llego tarde a pesar de ver constantemente el reloj en el camino, me muerdo el interior de la mejilla. Todas visten con camisa blanca, falda negra, medias del mismo color y un pequeño tacón en la suela del zapato. No se ve mal, luce con el concepto del lugar.

Me acerco con timidez escondiendo mis manos detrás de la espalda.

—Hola, Meg—saluda Victor—. Llegas a tiempo, Jess te dará tu uniforme.

La misma chica cajera con la que hable más temprano me saluda. La sigo pasando por la cocina y en el baño me extiende un uniforme igual al de las demás.

—Busqué uno más grande—dice, se da la vuelta. Abro la boca ofendida y cierro la puerta con el seguro.

Me dijo gorda.

Y no creo que sea el más grande porque el escote en mi pecho llama más la atención de lo que quisiera. Me echo un vistazo en espejo arrugando mis cejas y labios. El escote me preocupa, las bombachas sobre los hombros hace que se vea más llamativo. No quiero salir de aquí pero lleno mis pulmones de aire llenándome de valor sin ver mi pecho. Conseguiré este trabajo, me premiaré comprando todos los dulces que quiera y cuando quiera.

Y cuando el dinero me lo permita.

Será una excusa para cuando Jay insista en que no debería comer tanta azúcar.

Salgo con la espalda recta, permito que mi barbilla se estilice con mi cuello. Al que debería ser uno de los cocineros, se le caen algunos platos cuando voltea a verme. Guardo el recuerdo para reír más tarde después de mi triunfo. 

Jay quien está sentado cerca de las mesas del ventanal, me recorre con la mirada después de enderezarse en la silla como si estuviese a punto de caer. Me posiciono con las demás sujetando mis manos detrás de mis caderas sin poder detener el compararme un poco con las otras chicas, mis piernas son algo más gruesas pero decido no darle importancia. Me siento decidida y preparada. Y sólo espero demostrarlo con mi actitud.

—Bien, ahora que estamos todos—dice Víctor deteniéndose un segundo más en mi—. Quiero comenzar con que cada una diga sus nombres en voz alta. Puedes comenzar—me señala.

—Soy Meg Labrot—sonrío.

—¿Megan?—pregunta.

—No. Meg—corrijo intentando sonar amable.

Malas Costumbres©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora