24. Meg

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El taxi huele a humedad y... Espero que sea mi imaginación, un poco a alcohol. El conductor no deja de parlotear, a lo que Jay y yo respondemos con sonrisas incómodas. Cuando caemos en un bache que hace que sienta que mis órganos se desprendan de su sitio, el loco conductor se ríe mientras nos cuenta una graciosa historia de cómo casi vuelca su auto a estas horas por un bache. 

Jay se tensa. Recorro el asiento en busca de su mano hasta alcanzar sus ásperos dedos. Continúo con mi vista en la ventana pero puedo sentir su sonrisa tranquila mirando mi mano sobre la suya. A pesar de la loca noche que tuvimos, todo luce vivo y mientras más nos adentramos a la ciudad más vistoso y colorido luce. 

De todos modos, es la ciudad de las luces que jamás se apagan. Pero nosotros sí que necesitamos apagarnos y dormir. Veo la silueta de nuestro departamento, el alivio que siento es ese de cuando tomas un vaso de agua después de muchas horas caminando, el conductor que creo que está algo borracho, dice que no le debemos nada por ser educados y buena onda, puedo jurar ver sus ojos llorosos, Jay insiste en pagarle pero yo lo arrastro de un brazo agradeciendo y despidiéndome del conductor por él. 

Chirría las ruedas en el pavimento eso me pone la piel de gallina después de recordar al enfermo de Gregor hacer lo mismo unas horas atrás.

Entro a nuestro hogar soltando un profundo suspiro guardado, me quito los zapato y los echo a un lado. Jay enciende las luces, nunca he estado más agradecida de que todo esté limpio y en sus sitio, gracias a la necesidad compulsiva que tiene Jay de asear antes de irnos al trabajo.

Sujeto mi cabello en un moño sobre mi cabeza, entro al baño a ducharme en un intento por lavar los resto de esta traumante noche. Pensé que nos secuestraría y nos vendería a traficantes de riñones. Restriego un poco más fuerte mi brazo. En ningún momento me tocó, pero me aterró la forma en la que se me acercó por más que intenté reprimirlo.

Lavo mi cara. Andrea. Me habló sobre cómo dejó la universidad para venir con Gregor a Nuevo Goleudy. Está realmente enamorada, o esas fueron sus palabras. Veo al cerrar mis ojos su mirada brillosa y la mueca que quería hacer pasar por sonrisa. Respiro. Ninguna mujer merece eso.

—¿Meg?—toca la puerta Jay—. ¿Te encuentras bien?

—Sí, en un momento salgo.

—Tómate tu tiempo, ¿quieres un sándwich?—pregunta, no evito mi sonrisa.

—Por supuesto que sí.

Me siento con Jay en nuestro sofá. Enciende la televisión pero no le préstamos mucha atención. No sé si el sándwich está delicioso o mi hambre se despertó después de la ducha. Bostezo, uso la camisa de Jay para dormir y creo que ya es una costumbre. Me sonríe sin dientes con un bocado en la boca.

—A parte de tener habilidad con el pincel—empiezo—, puedes hacer sándwiches excelentes.

—Tengo muchas habilidades—me levanta las cejas, tardo un momento en entender, lo golpeo en un brazo.

—Cállate—lo señalo con un dedo mientras muerdo mi cena tardía.

Al terminar, siento mi barriga llena. No comía nada desde mucho antes de ir al trabajo. Pienso en Andrea cuando trabajo pasa por mi cabeza.

—¿Cómo veremos a Andrea después de esto?—pregunto, me acomodo en mi posición de indio para verlo de frente.

—Cierto—hace una pausa—. Nadie merece lo que está viviendo.

—Sus padres pagaron su universidad. No saben nada de ella desde hace unos años—le comento a Jay lo poco que llegó a decirme sobre eso—. No estaban de acuerdo con su noviazgo. Y creo que tenían mucha razón con no estarlo—hago una mueca—. Escapó con él. Gregor le lleva unos buenos años.

Malas Costumbres©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora