08. Meg

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—Jay no ha besado a nadie—dice David acariciando el cabello de Hailee.

Jay no termina de llevar el vaso hasta sus labios cuando se ahoga. Me molesta que beba cuando está tan estúpidamente borracho. No me hizo caso cuando le dije que ya era suficiente por un rato. Posiblemente... No, ni siquiera me escuchó, lo que hace que me moleste todavía más.

No sé cuántas veces puedo molestarme en un día, y que la mayoría sea por Jay.

—¿Que yo qué?—responde.

—Es cierto.

Las largas piernas de Hailee se hacen paso entre nosotros hasta llegar a Jay desorbitado por el alcohol y la pregunta. Quisiera lanzarse un balde de agua encima.

—Veamos, Jay Sullivan. No has besado a nadie esta noche y Lisa Audrey, bendita sea—amén—. No está con nosotros.

—¡Con Meg!—dice Emma. El corazón me palpita un par de veces antes de reaccionar y abrir la mirada.

—¿Qué? No. Nosotros no—digo sin pensarlo.

—¡Sí! ¡Tienes toda la razón!—David señala a Emma estando de acuerdo.

Hailee le da un puntapié a David y sus ojos dicen lo siento en mi dirección cuando intento buscar alguna respuesta rápida de salvación. Sabía que no era buena decisión jugar este juego. Niego con la cabeza. No lo haré.

—Eh, no...—logra contestar Hailee para compensarlo.

—¿Por qué no?

Nadie habla, no puedo evitar sorprenderme. Jay me fija su mirada. La atención esta puesta sobre nosotros.

—Bien, si así lo prefieren—observo a Hailee con reproche e indignación, pero se sube de hombros con lo que creo ver, una sonrisa traviesa.

Llega hasta mi. Siento su respiración caliente muy cerca de mi rostro. Estoy cuerda como para mantener la calma pero el aliento de Jay obliga a florecer una molesta sensación en mi estómago, contento mi nerviosismo.

—No bailaste conmigo—un escalofrío recorre como mi columna. Su nariz roza con descaro una de mis mejillas.

—Ya te dije que estabas con Jessica—vuelvo a enojarme. Ni me escuchó cuando se lo aclaré. Pero su cercanía hace que lo pase por alto. Aunque debería moverme, me quedo como estatua. Una batalla con flechas y disparos se desata en mi conciencia. Una pequeña voz me dice que me aparte. Me asusta ignorarla—. No hagas esto, Jay—trago en seco—. Estás ebrio.

Me gusta que sus labios estén a centímetros de los míos. Pero quiero clavarme una estaca y remover las lombrices de mis tripas que bailan cuando el aliento caliente y con olor a alcohol llega a mi boca que quiere ser besada. Quiero empujarlo. Decirle que se largue, recordar esto como una estupidez de borrachera pero, la sensación de tenerlo tan cerca no me deja hacerlo. El remolino de emociones confunde la oración que trato de formular.

—Estás ebrio—susurro. De todas las cosas obvias que pude haber dicho, lo único que pude soltar en medio de mi enredo, fue lo evidente.

—Ya cállate, lo sé.

Sonríe.

—Pero no lo suficiente.

Olvido todo cuando me besa. Mis párpados caen por impulso cuando acaricia delicadamente mi mandíbula. Mis dientes atrapan su labio inferior. Es asqueroso decir que lo estoy disfrutando.

No sé si mi poca-media dosis de alcohol tiene que ver, pero no quiero que pare. No quiero que pare. Me acerco más a su cuerpo cuando hace un puño con mi cabello debajo de mi cuello. Tampoco parece querer detenerse. Odio disfrutar de su beso. El pequeño océano de mi corazón se detiene cuando me alejo sin separarme por completo de su rostro.

Malas Costumbres©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora