10. Meg

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Los birretes se suspenden unos segundos en el aire y la toga empieza a darme calor. Hailee me abraza empapando mi hombro de lágrimas nostálgicas, no puedo evitar apretarla con cariño. Mis compañeros gritan eufóricos y se siente la felicidad cuando se respira.

Aunque ninguno de mis padres vino a verme, están aquí personas que amo. Ellen, los gemelos, Rose. Incluso el profesor Montes se acerca para darme un buen apretón de manos y un abrazo como felicidades. Ellen me rodea por el cuello cuando nos encontramos, Jay está un poco despeinado y una pequeña capa de humedad cubre su rostro como el mío. A Ellen se le escapan lágrimas de felicidad mientras los gemelos abrazan mis piernas. 

Jay habla y felicita a sus compañeros cercanos con emoción. No hemos hablado demasiado desde nuestro último beso, papá me pidió vivir con él en el departamento que alquiló unos días después del incidente con mamá. De todas formas, estuve sola con los muebles haciéndome compañía. No escribió, tampoco llamó. Aunque no tenía muchas ganas de hablar si esperaba tener una conversación sobre lo que está pasando, sí por lo menos un intercambio básico de palabras.

Un chico vestido de amarillo radiactivo se me acerca con un bello ramo de flores. La letra de médico de papá es inconfundible pero logro captar un te quiero y más abajo un felicidades. Me desconcierta por lo que extraño que siente su afecto después de tanto tiempo.

Abro mi toga luciendo el vestido rojo que me obsequio papá. Es entallado en el pecho y su falda suelta y movible, me siento tan cómoda que hasta enderezo un poco más mi espalda. Fue tan buena elección que sospecho que no fue su idea. Aunque lo usaré sólo un momento, me parece un lindo detalle. También extraño. Supongo que esta intentando acercarse a mi.

Me gustaría que Jay voltease a verme pero esta demasiado ocupado hablando con Lisa y su diminuto vestido pegado a la piel como cinta adhesiva de color azul oscuro que resalta su cabello casi naranja sujeto en un cola alta. No parece estar en lo absoluto enojada por haberla dejado en medio de la calle. No sé siquiera si logro llegar a la fiesta pero no le reclama. Pestañea y sonríe coqueta.

La tristeza causada por Jay se espanta de un soplo. Hago lo mismo que él, ignorarlo. Me concentro en disfrutar del momento con Hailee y mis demás compañeros. De vez en cuando siento su mirada sobre mi y hago un esfuerzo sobrehumano por no mirarlo de regreso. El enojo me palpita en el pecho como tambor africano, no debería importarme.

Pero si me importa.

—¡No llegues tarde!—me pide Hailee, su cremoso color canela hace contraste con su vestido fucsia y tacones altos brillantes, que estilizan aún más su figura delgada y delicada. Su cabello rizado ahora con reflejos caramelo cae como una cascada sobre su espalda, con mucho volumen, resaltando sus ojos verdes.

—Te espero en casa.

Me da un beso en la mejilla. Se va con sus padres de la mano, su madre la besa. Puedo ver que sus mejillas están sonrosadas por lágrimas orgullosas, mientras que su padre la abraza y le extiende, frente a un auto rojo, unas llaves.

Hailee se alegra tanto que salta y grita agradeciéndoles con lágrimas en los ojos, lanzándose al cuello de su padre muy parecido a ella. Pero no evita que trague el nudo en mi garganta, una parte de mi quisiera ser yo quien tuviera siquiera a sus padres presentes.

Intento ser positiva, sonríe en mi dirección y aplaudo con sincera alegría, ella deseaba este auto desde hace mucho.

No quiero recordar este día como el día en el que mi mejor amigo no me dirigió la palabra y mis padres no asistieron a uno de los momentos más importantes en mi vida.

Maldición. Estoy triste y llena de optimismo estúpido y superficial.

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—¡Estoy tan feliz y orgullosa!—Ellen me observa desde el retrovisor, intento sonreír—. ¡Es todo un logro! Jamás dudé que lo lograrían.

Malas Costumbres©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora