47. Meg

230 35 8
                                    

—Te quiero en mi vida, te quiero a ti. Toda tú.

Sus palabras que dan alivio y me hieren. Me rompe el corazón, pero repara mi alma, todo al mismo tiempo. Mis lágrimas me ruegan por salir, niego con la cabeza a mis miedos, a mis errores y a todo lo que soy yo.

Si yo fuese diferente, si yo pudiera ser lo que Jay verdaderamente necesita. Pero no puedo, quisiera. Quisiera. Jay no es mío.

Veo en sus ojos cómo piensa las palabras que dirá a continuación, y lo que más me asusta es que no hay un rastro de duda.

—Si lo que yo siento, me costará tu ida... Prefiero detenerme.

Siento como el aire de mis pulmones se escapa, como si me aplastaran el pecho.

—¿Meg?—Patricia se detiene en la puerta, cambiando en segundos su expresión al ver mi rostro enrojecido por el esfuerzo de contener las lágrimas.

Jay la esquiva con decencia, Patricia me hace una seña de que lo siga con los ojos abiertos. Cuando me levanto el hielo cae al suelo y Jay ya está poniéndose su chaqueta a unos pasos de la puerta, a segundos de salir.

Lo detengo de la muñeca, su rostro es inexpresivo. Sus cejas unidas, sus labios relajados. Siento caer una lágrima por mi rostro.

—Jay...—podría ser un ruego. Podría pedirle que se quede. Con sólo decir su nombre siento un vacío. Quédate, quédate trato de decir, pero simplemente, se queda en mi garganta.

—Necesito salir—responde con firmeza. Sin lamentos. Mi mano se desprende de su piel, con lentitud.

Es mejor dejarlo ir. Pienso.

Y aunque no quiero que se vaya. Jay no es mío.

Jay no es mío. Me dicen mis pensamientos, antes de que cierre la puerta detrás de él, sin siquiera mirarme.

Me quedo parada a pasos de la puerta, sujetando mis codos como si yo misma pudiese consolarme. Respiro entrecortadamente, todavía con la sensación de su muñeca alejándose de la mía. Otra lágrima se me escapa, pero el resto las guardo.

—¿Meg?—me pregunta Patricia diagonal espaldas a mi, desde el pasillo—. ¿Está todo bien?

Deseo que no haya visto mi rostro. Deseo que no haya escuchado como mi voz se quebraba cuando dije su nombre. Me limpio las lágrimas con un puño y suspiro dándome la vuelta, con la peor sonrisa que he tenido que mostrar jamás.

—Sí. Está bien. Tuvo que salir.

Creo ver algo de compasión en sus ojos, se acerca a mi y me alejo instintivamente lo más discreto posible. No puedo tolerar que alguien me toque en este momento. Pero frota mis brazos, ignorando mi rostro lloroso.

—¿Por qué no te das un baño? Así haces tiempo hasta que esté lista la comida.

Asiento, pero mi voz tarda en llegar.

—Sí. Sí. Por supuesto. Iré de inmediato.

—Eric debería llegar pronto. ¿Puedo pasarle tu dirección?—encaminando a mi momento de tortuosa soledad le grito un débil sí.

Esta mañana estaba debajo de su cuerpo. Con sus labios sobre los míos, y sentí que Jay podía ser mío. Y no con un absurdo sentido de apropiación. Sentí que quizás podía ser yo quien podía acompañarlo a ver esas estúpidas películas que le gustan y tomarle la mano donde quisiera, que sería yo quien lo levantaría en las mañanas. Quién sería yo la única que lo besaría y abrazaría cuando tuviese de nuevo un sueño terrible.

Pero no, no puedo ser yo. ¿Cómo podría? Jay debe estar con alguien igual a él. Alguien como Britney. Esto ya no tiene arreglo, si perdí a Jay en este momento, es para siempre. Temía quedarme sin Jay antes, esa era mi tortura desde que comenzó, quedarme sin la persona a la que más quería en el mundo.

Malas Costumbres©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora