Bajo del auto después de Meg quien toma una respiración con sus hombros contraídos. Sus nudillos se vuelven blanquecinos por la fuerza con la que aplica en aferrarse a su pequeño bolso. No quita sus ojos de la gran casa que está justo frente a nosotros, desde aquí se escucha la música e incluso llega el olor de carne sobre el asador.
Meg se mordisquea los labios, parece que está a punto de desmayarse cuando le echo un vistazo.
—Meg, si no estás bien con esto, no tienes que hacerlo—le digo tomando puesto en frente de ella.
—Es sólo que si no me odian... ¿Por qué no se tomaron la molestia de contactar conmigo todos estos años?
Mi corazón se retuerce en mi pecho. No podría responder a eso. Llevo mis manos a su rostro, acariciando sus mejillas.
—Entremos y averiguémoslo. Si no quieres y sientes que no puedes dejarlo atrás nos vamos sin dudarlo.
Inhala profundamente, como intentado absorber fuerzas de alguna parte, aguarda un momento para asentir. Deslizo mis dedos a través de su brazo hasta llegar a su mano, le doy un apretón en un intento de trasmitirle seguridad. Trato de parecer sereno, pero la conversación con Eric se repite en mi cabeza como un disco rayado.
Meg me usa como soporte con la ayuda de su mano libre cuando toco el timbre, siento sus uñas enterrarse en mi piel al momento en el que un hombre alto de cabello negro nos abre la puerta. Nos mira de arriba a abajo con una sonrisa, fija sus ojos en Meg.
—¿Meg?—parece sorprendido, sus ojos chispean—. ¡No te veía desde que eras una niña! ¡Qué grande estás!
El rubor se extiende por su rostro, el hombre se acerca a abrazarla y la levanta unos centímetros cuando sus brazos la rodean.
—¡Este debe ser tu novio! ¿Qué esperan? ¡Adelante!—antes de que pueda responder, nos empuja adentro de la casa y se adelanta.
—Ya veo que no eres la única que parece tener siempre una sobredosis de azúcar—asiente todavía con esa expresión nerviosa.
Nos guía a través del pasillo, es una casa espaciosa pintada de colores cálidos, los muebles se extienden a través de la sala y entra suficiente luz como para sentirse vivo. A la izquierda de la pared del pasillo, puedo ver algunas fotografías familiares, incluso Eric está en algunas de estas. Meg se detiene para observar a su padre más joven, sus dedos acarician el recuerdo, su vista se dirige a mi con incertidumbre. Agita su cabeza intentando despejarse y continuamos nuestro camino hasta llegar al patio trasero.
La pelota rebota de un lado a otro en la piscina, ríen y gritan con alegría. Meg aprieta mi mano conteniendo su respiración cuando algunos le clavan la vista como si fuera una extraña. Intento esconderla detrás de mí con el hombro, siento como se endereza.
Caminamos a través de las baldosas mojadas para buscar a Patricia quien viste con un vestido largo de flores, extiende un plato con comida a uno de los niños que vimos en el parque. Nos ve acercarnos y aplaude con emoción, una sonrisa cálida se extiende por su rostro.
—¡Pensé que ya no vendría!—recibe a Meg con un abrazo, me toma por sorpresa cuando se cuelga de mi cuello—. ¿Comieron algo antes de venir? Diganme que no comieron antes de venir, porque aparté para ustedes lo suficiente para que no tuvieran que comer en tres días—ríe.
—Bueno, en realidad sí tengo algo de hambre—dice Meg a mi lado con un aire de timidez.
—¡Ven aquí! Le diré a Tori que se los lleve—sonríe, se aleja y me guiña un ojo, siento de forma discreta.
—¿Quién es Tori?—le pregunto a Meg.
—Es mi prima, la hija de mi tío.
—¿Tienes un tío?—sus ojos negros miran en mi dirección—. ¿Por qué no me lo habías dicho?

ESTÁS LEYENDO
Malas Costumbres©
Fiksi RemajaConforme creces, todo cambia. Todo es distinto y nada lo ves de la misma forma. No todos corremos con la suerte de tener lo que queremos, pero lo que tenemos no lo vemos. Sin embargo, siempre hay algo que sella lo que somos. Sin nuestro pasado no se...