70. Jay

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Lo que siento es parecido a respirar debajo del agua, cuando intentas nadar a la superficie pero tu cuerpo es demasiado pesado y estás demasiado asustado para intentar mover los brazos.

Una vez, cuando papá me enseñaba a surfear, una ola me arrastró y él no me encontraba... Estaba asustado, y me estaba ahogando. No podía subir, no podía abrir los ojos. Me sentía desesperado, no me había sentido así desde ese entonces.

Me siento tan desesperado por despertar y darme cuenta de que esto no es la realidad, quiero sentir que puedo respirar otra vez, hay tantas escalas de dolor, y este es un escalón desgarrador... No es un sueño, pero igual siento que no puedo tomar el aire suficiente.

No puedo desmentirlo, no puedo arreglarlo... Siempre creí que yo podía resolverlo todo. Fui durante años un pilar en mi familia, desde que papá murió, yo me hice cargo. Eso me enseñó a que tenía que arreglar todas las situaciones que se presentaran, era mi sentido de responsabilidad. Pero, ¿ahora con qué moralidad puedo contarlo? ¿Cómo puedo vivir con esto que de ninguna manera puedo resolver?

Hay demasiada soledad, demasiado silencio. Escucho únicamente mi respiración agitada y siento mis dedos hacerse camino entre las hebras de mi cabello con frustración, no puedo moverme porque no sé qué hacer, no hay nadie que pueda darme respuesta a esto.

Ni nada que pueda explicar o salvarme de esto...

Horas antes...

Llegué tarde, sí. Britney ya estaba haciendo una reverencia junto con su compañero, estaba finalizando la obra y todos aplaudieron, incluyéndome, y aunque no la vi... Le sonreí cuando salió con su vestido melocotón junto con el resto del elenco de bailarines, se acerca a mi con sus manos detrás de su espalda, aún con su elegante peinado sobre su cabeza, el mismo con el que bailó. Si pudiese describir a Britney en una palabra sería impecable.

Sonríe delicadamente, le ofrezco mi brazo pero veo que duda unos segundos.

—Estuviste increíble—le digo—. Nunca había visto El Cascanueces... No en vivo, por lo menos—ríe, pero parece desconcertada cuando termina por tomar mi brazo—. ¿Estás bien? ¿Qué ocurre?

Me observa, sus ojos azules se fijan en mi rostro sin ninguna expresión, pero después, sonríe y le agrega suavidad a su mirada.

—Estoy... muy cansada. ¿No quisieras salir un rato?

No. Quiero ver a Meg. Quiero irme con ella a nuestro departamento después de esto.

—¿Por qué? Creí que querías que estuviésemos en la fiesta—termino por decir.

—Sí, pero...—un grupo de personas se acercan a ella para felicitarla, incluso un hombre de traje se le presenta extendiéndole la mano con una tarjeta y la halaga por tener tanto trayecto a su corta edad.

Doy dos pasos atrás cuando se enfoca en hablar con él, camino a través de la sala donde la música ya empieza a ocultar las voces de los invitados. Hay tanta iluminación que me ciego, es el mismo entorno de la universidad fuera de las aulas, solamente que ahora está decorado con telas doradas y guirnaldas con nieve falsa y luces blancas, además de que todos y cada uno de los invitados viste de copa, la música es suave, llena y acompaña las risas que empiezan a escucharse cuando meseros empiezan a repartir champaña y tartaletas, pero no busco probar nada. Quiero encontrar a una persona.

Recorro Bridge con casualidad, deteniéndome falsamente a observar los cuadros con mis manos detrás de la espalda, atento a su imagen de reojo, pero así voy unos diez minutos. Nada. 

Pregunto a uno de sus compañeros de clase, pero incluso me comenta que no tiene idea de quién es... Claro. No sabe quién es la chica que tuvo la mejor presentación en el evento... Así de egocéntricos son los músicos.

Malas Costumbres©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora