—Espero que ya te hayas recuperado totalmente—me dice Víctor, mientras cambio mis zapatos de tacón por unas zapatillas—. No me gustaría saber que trabajas sintiéndote mal.
—Bueno, tendría que hacerlo de todas formas—suspiro.
—Eso es cierto. ¿No has pensado en pedirte un cambio?
—¿Un cambio? ¿A qué?
—¿No te gustaría estar en caja?—elevo mis cejas. La ventaja de ser camarera definitivamente son las propinas, pero no todos los clientes son atentos.
—Es... Disculpa que sea un poco imprudente, pero, ¿es mejor la paga?—me levanto, dejando mis brazos detrás de mi espalda.
—Por supuesto—responde con rapidez—. Tendrías un contrato formal, incluyendo algunos beneficios, no serían demasiados el primer mes, pero si piensas quedarte a largo plazo, sería una buena decisión.
—¿Mismo horario?
—Mismo horario. Haz tenido un buen desempeño, por eso estaría encantado de recomendarte, si estás interesada.
—Yo... No sé qué decir—sonrío. Un trabajo formal, con mejor paga. No estaría mal tener algo de estabilidad, aunque sea en un aspecto de mi vida.
—No tienes que decidirlo ahora, puedes pensarlo hasta el final de semana, ¿espero por ti, entonces?
—¡Sí! Claro que lo pensaré. Muchas gracias, Víctor—lo abrazo fugazmente, ríe sorprendido insistiendo que no es nada pero, para mí, resulta un alivio embargador.
Regreso al café, ya la noche se hace presente. Hay cierta liviandad en el ambiente, el grupo de jazz invitado me mantiene de buen humor y caminando a paso firme con una sonrisa por su música envolvente que también tiene a los clientes contentos.
Hay algunas risas flotando con la música, es una noche agradable, una que posiblemente el universo sabía que necesitaba.
Sarah y Andrea me sonríen, Britney no se ve en los alrededores y hay una cantidad de personas aceptable para mis pies, incluso los cocineros parecen de menos mal humor que otras veces. Me tomo un descanso en un lugar donde pueda ver entrar clientes y mis amigas se unen, la mayoría se enfoca en los jazzistas y sus exquisitos instrumentos.
Extraño esa emoción de presentarme a un público, ese cosquilleo en el cuerpo que fácilmente se drena cuando se exterioriza el espíritu y se unen las emociones con la música. Respiro la sensación con mis ojos cerrados, y encuentro a Sarah mirándome con una sonrisa.
—Nunca te había visto así, en tu... Ambiente—sonrío.
—Me encanta. ¿A ti no?—une sus ojos a sus cuencas en una mueca de disgusto, con algo divertido en su expresión.
—Estoy harta de que los ojos del tecladista me sigan a donde voy.
—¿No crees que tenga hambre?—bromea Andrea—. Seguramente quiere uno de esos volcanes de chocolate.
—Bueno, no está tan mal—comento, aparenta de unos veintipocos, alto y algo delgado, cabello castaño. Viste sencillo con pantalones café oscuro y cuello tortuga negro, con un sombrero que hace que los mechones de su cabello generosamente rizado enmarquen su rostro—. Dicen que los tecladistas tienen dedos largos...
—¡Meg!—me empuja del hombro, Andrea acompaña mi risa.
—Podríamos hacer que su encuentro sea visto como accidental—le guiña el ojo Andrea—. A menos que tú no lo quieras. Se ve también muy del estilo de Meg.
—Ay, para nada. No quiero lidiar con más dramas amorosos.
Sarah, alta, esbelta y apoyada como nosotras del borde del mostrador a una distancia de la caja registradora, se toca los labios con un brazo cruzado sobre su abdomen, sigo su mirada hasta darme cuenta de que el chico tecladista también la observa curioso, con una sonrisa prometedora.
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Malas Costumbres©
Novela JuvenilConforme creces, todo cambia. Todo es distinto y nada lo ves de la misma forma. No todos corremos con la suerte de tener lo que queremos, pero lo que tenemos no lo vemos. Sin embargo, siempre hay algo que sella lo que somos. Sin nuestro pasado no se...