71. Meg

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Hace meses, Jay y yo nos besamos por primera vez una fiesta. Supimos que no había marcha atrás. Cada día que estuvimos intentando contenernos, se fortalecían las razones por las que debíamos estar juntos. Cada beso, cada discusión. Una mirada, y después, estábamos despertando juntos en lo que sin querer, empezamos a llamar nuestra habitación. Nuestro departamento. Nuestra vida... Pero no alcanzó para agregar la palabra juntos al final de la oración.

No alcanzan las palabras para lo que está quemando mi pecho. Siento que podría caer de rodillas por el peso de la gran decepción que estoy sintiendo. Del dolor tan impotente que se quiere desbordar por mis ojos.

Jay me observa con su pecho subiendo y bajando en respiración agitada, se apoya con una mano de la pared sosteniéndome todavía la mirada. No sabría leer su expresión, no puedo. Cruzo mi vista a Gemma quien camina rápidamente hasta el mueble para agarrar su bolso, se lo pone en el hombro. Me mira.

—Lo siento—dice. Clavo mi odio en sus ojos grises pero no intento nada, la sigo con la mirada cuando abre la puerta y veo que dirige su atención a Jay por unos instantes antes de cerrar la puerta y dejarnos en completo silencio.

Y este silencio es vacío, se iguala al agujero que empieza a crecer en mi pecho. Ese mismo, se llena de tanta rabia... De tanto resentimiento y odio, pero no hablo. Espero a qué él... A que él diga algo.

—Meg. 

Basta eso. Esas tres letras que hacen mi nombre dichas por su voz para señalarlo y suficientes para que mi rostro se embargue de lágrimas, no sale nada de mi boca porque aspiro aire para calmar el dolor de mi pecho, dolor de verdad. Tanto que debo ponerme la mano en el pecho y otra en la cintura para intentar respirar, el collar está tan apretado en mi mano que incluso empieza a arder en mi piel. Se acerca dos pasos...

—¡Aléjate! Tú...

—No...—empieza.

—¡No me toques!—lo empujo del pecho tan fuerte como puedo, apenas se mueve. No puedo verlo a los ojos, lo empujo de nuevo para alejarlo—. ¡Te odio! Te detesto... ¿Cómo pudiste? ¿Cómo pudiste hacer esto?

Limpio mis lágrimas de espalda, no puedo respirar. Me tiemblan las manos y no puedo dar pasos sin tambalear.

—¡Dame razones para entenderlo!—le digo, grito, regresándome a él, colocándome una mano en el pecho para forzarme a respirar en medio de las lágrimas—. ¿Cómo pudiste hacernos esto? ¡Te odio!—vuelvo a empujarlo del pecho, veo sus ojos nublarse pero sólo provoca que le golpee un hombro con mis manos que no dejan de temblar.

Me sujeta las muñecas, pataleo mis pies, no puedo parar de llorar.

—Meg, escúchame...—dice con voz trémula, casi con vergüenza, pero no me importa. No dejo de forcejar su agarre hasta que logro soltarme, rastrillo mis uñas por mi cabello.

—Tú no tienes nada que explicarme, tú nunca cambiarás esto, nunca voy a perdonarte. Te odio.

—No... Digas eso. Por favor. No digas que me odias.

—¡Te odio! ¿Cómo puedes explicarlo? ¿Cómo pudiste decirme que me amas?

—Sí te amo.

Me acerco, lo miro con todo lo que hay en mi corazón en este momento. Mi mundo entero se viene abajo, sus ojos verdes suplican, intentan alcanzarme, pero en mi cabeza está esa imagen de ambos saliendo de nuestra habitación.

—¿Por qué?—digo—. ¿Por qué lo hiciste? ¡Qué razones tenías para herirme así! Eres un maldito hipócrita... Tú, me dijiste que me amabas, dijiste que querías estar conmigo, me dijiste que yo era de lo único que estabas seguro, mentiroso. ¡Te odio!

—¡Tú te rendiste!

—¡No te atrevas a decirme nada! ¡Saliste de nuestra habitación con ella! ¡Con ella! ¿Cómo puedes justificar algo así? ¿Cómo...

Un silencio ensordecedor nos envuelve, nada más escucho mis lágrimas y mi corazón fragmentarse hasta no quedar nada más que el retazo de un recuerdo. Sonrisas compartidas, noches despiertos, pintura y música.

Aprieto el collar en mi mano y nada más me doy cuenta que sigue ahí cuando me quitó con fuerza una lágrima que delata todo el dolor que siento. Le lanzo el collar al pecho lo más fuerte que puedo sintiendo mi cuerpo temblar.

—Quizás si era verdad después de todo, que tú y yo somos muy diferentes. Nunca dejaste de verme como una amiga. Que tú nunca me amaste. ...—digo la última oración entre dientes porque, sé que lo último es mentira. Que me haya amado lo hace más desgarrador.

—Hice todo por ti, he sufrido por ti y esperando por ti... Eso no justifica lo que pasó...

—¡Nada lo justifica! ¡Dime lo que quieras! Siempre creí que sería yo la que haría algo horrible para acabar con esto, pero ¡tú! ¡Maldito mentiroso!—lo empujo, no resuelve nada... No hace que la tormenta de mi corazón se calme, con cada empujón recuerdo un beso, una palabra. Un retazo de su risa, de sus miradas. Estuvo con alguien más, y le entregó todo eso. Me detengo para dar tres pasos hace atrás, negando y buscando que esto sea una pesadilla, que sea un mal sueño nada más. Pero ahí está él, mirándome sin más. Con el collar que guardé en mi piel por años en el suelo y mi corazón pulverizado de dolor—. Te odio. Nunca voy a perdonarte esto. Escúchame bien, te odio, eres un traidor—mi voz se quiebra mientras lo señalo—. No vuelvas a acercarte jamás a mí.

—Meg...—se acerca, me alejo. Su mirada me duele y me sigue costando respirar, mis náuseas se hacen en mi esófago con el amargo sabor de la traición. No puedo estar más aquí, pero quiero herirlo... Tanto como él me acaba de herir a mi— No es lo que tú piensas, no es como crees que pasó, yo...

—¡Cállate! Aléjate de mí. Olvídate de mí, de que alguna vez estuve en tu vida porque haré lo mismo, jamás quiero volver a verte. Qué estúpida fui al querer volver, ¿cuántas veces estuviste con ella?

—Nunca he estado con otra persona que no seas tú.

—¿Cómo puedo creerte? ¿Cómo puedo volver a estar contigo después de que estuviste con ella? Te detesto, eres un maldito mentiroso... Quisiera... Yo...—hiperventilo, camino hacia la puerta. Necesito alejarme de él. Necesito hacerlo desaparecer, pero sé que no puedo—. Desearía no haber venido aquí contigo, desearía jamás haberte besado esa noche... Desearía... Odiarte más.

Corro para abrir la puerta, Jay alcanza mi mano en la perilla. Su rostro cerca del mío, su pecho subiendo y bajando, sus ojos llenos de angustia. Mis lágrimas me enrojecen, humedecen mi rostro y no me dejan respirar, me duele el pecho, siento que podría desfallecer y gritar tan fuerte como para arreglar todo esto.

—Por favor... No te vayas—susurra—. Te pido que no me dejes, Meg. Por favor, no me dejes así.

—Tú me dejaste. Tú te fuiste... Quisiera haber sabido que todo sería así para jamás enamorarme de ti—con esto último, me quitó de su agarre que quema y arde en mi piel, quedo frente a la entrada, yo en el pasillo, ese que cruzamos cuando llegamos aquí para iniciar una nueva vida... Y él dentro del departamento, donde se quedara con mi recuerdo, con todo lo que viví.

Que sufra, pienso.

Y soy tan estúpida, porque muy dentro de mí no quiero eso. Por eso me quedo unos segundos más aquí. Para memorizar esto y guardarlo debajo de mi piel, tatuar toda la vergüenza, traición y decepción que siento para no perdonarlo jamás.

—Quédate... No quiero nada más, por favor. Quédate, Meg.

Niego.

—Te odio.

Le lanzo mi última mirada, mi último aliento. Esta es la última vez que le abriré mi corazón al que fue mi mejor amigo, el hombre que creí sería para siempre, creí que seríamos nosotros juntos. Creí tantas cosas, le creí a él. Me odio a mí misma porque me torturo con recuerdos de su sonrisa, de todas esas tardes en Ciudad Solar... De esas noches en vela aquí, en Nuevo Goleudy, cuando me hizo suya por primera vez, me sostuvo en sus brazos todas esas noches que no podía dormir. Jay me tuvo y fui para él, pero ahora... Quiero odiarlo, gritarle más, golpearlo y desaparecer cada segundo que estuvo en mi vida.

Pero, no puedo.

Corro.






















Malas Costumbres©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora