Algunos me lanzan miradas curiosas, otro se quejan cuando paso a su lado sin ningún cuidado, sin escuchar nada más que el sonido ahogado de mi respiración e intentando enfocar mi vista en medio de las lágrimas que humedecen mi rostro, que me dejan sin poder respirar porque sí... El dolor de un corazón roto puede ahogar tanto como el agua.
Simplemente, no puedo detenerme por más que mi cuerpo me suplique que pare, que uno de mis tobillos empiece a doler por el impacto constante de mis pies. El aliento sale blanco de mis labios, siento que la punta de mis dedos empiezan a congelarse, pero morir sería más sencillo en comparación a lo que estoy sintiendo ahora, sería más fácil esfumarse de la existencia que vivir el dolor de mi corazón haciéndose pedazos con grietas tan profundas, que sólo podrían sanar regresando el tiempo.
Tiempo...
Fue todo lo que tuve, un poco de tiempo para compensar el resto de mis heridas y, conocer que siempre pueden herirte más, que pueden ahogarte más. Como agua en los pulmones, como ver la esperanza ser consumida.
Me persigue su mirada, no sé cuánto estuve corriendo. Mis piernas me arden y nada más me detengo cuando llego a un lugar que no conozco, me apoyo de mis rodillas intentando aspirar aire, mis lágrimas no paran, es como si mi corazón tuviese un desagüe, no puedo. No puedo detenerme, tengo que escapar... Creí que está sensación se había quedado en Ciudad Solar, esto de querer escapar.
Pero aquí estoy otra vez, mi espíritu hecho pedazos. Sin saber qué hacer, estoy perdida, mis ideas son un desorden de recuerdos y emociones, me persigue esa imagen de ambos saliendo de ese pasillo, su rostro aterrado y angustiado.
Siento que mi pecho podría abrirse en dos, nunca había vivido un dolor tan intenso que transcendiera a lo físico. Siento arcadas cuando me apuñala el dolor de mi estómago, las piernas y cabeza me palpitan, podría desmayarme aquí.
Por eso, llamo a Sarah y cuando responde, empiezo a llorar con más fuerza. Todavía tiemblan mis manos, no llevo nada conmigo más que mi corazón partido y mi maquillaje hecho un desastre sobre mi piel, no sé en dónde estoy.
Esa noche se hace intolerable. Cuando creí que podía dejar de llorar ahí estaban mis amigas, Sarah, Andrea y Bianca, quien llegó a maldecir a Gemma como nunca antes había escuchado. Algo más que creí, alguien más en quien confié. Me cubren con sábanas tibias más allá de la madrugada, puedo escuchar que hablan entre ellas en la sala mientras me limito a cubrir mi boca con una almohada para frenar mis gemidos de dolor. La habitación está tan oscura, tengo escalofríos. Podría imaginarlo aquí...
Podría soñar con sus manos cubriendo mi piel en vez de esta sábana ahora húmeda por mi llanto. No encuentro respuestas. No encuentro cómo escapar de lo que estoy sintiendo, quisiera salir de mi cuerpo y parar de sufrir.
Cuando no escucho nada más que mi respiración, que ya no puede físicamente continuar llorando, me levanto al baño de la habitación. Ahí, me encuentro con ese reflejo de ojos hundidos y nariz enrojecida de mí misma. Demacrada. Traicionada, susurra mi cabeza. Agarro un cepillo y peino mi cabello enmarañado, empezando otra vez lágrimas pesadas rodar por mi rostro, ahogándome.
Tomo un mechón de mi cabello. Luego otro, y otro. Nada más me detengo cuando veo el largo de mis hebras negras en el suelo esparcidas y la tijera en mi mano tiembla por dejar eso último que tenía de esa Meg.
Y al final, es eso el amor. Un doloroso cliché que todos alguna vez tenemos que sufrir.
Esa mala costumbre, dolorosa, que nunca se deshace.
Sé que aunque diga que lo odio, que deseo que se olvide de mí, mi corazón lo contradice y susurra que tendré que aprender a vivir con esa mala costumbre de extrañar. De amarlo tanto que me ahogo en lágrimas cuando el teléfono empieza a vibrar a mi lado...
Sé quién está llamando.
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Malas Costumbres©
Novela JuvenilConforme creces, todo cambia. Todo es distinto y nada lo ves de la misma forma. No todos corremos con la suerte de tener lo que queremos, pero lo que tenemos no lo vemos. Sin embargo, siempre hay algo que sella lo que somos. Sin nuestro pasado no se...