—Hace frío afuera—observo el casi grisáceo paisaje que muestran detrás los vidrios de la puerta hacia el balcón, ambos recostados plácidamente del sofá con las manos relajadas sobre el abdomen.
—No debe de hacer tanto. Pero me llevaré un abrigo. Me emociona saber cómo se siente la nieve, aunque tengo miedo de no poder soportar la temperatura—río—. ¿Y tú?—cruza su expresión a mi dirección, sus ojos negruzcos me dedican unos segundos y sonríe.
—No lo sé. Toda la vida he vivido en el calor de Ciudad Solar.
—Bueno, ya es hora de probar algo distinto, ¿no crees?—sonrío.
—¿Qué dices? ¿Iremos a patinar?
—Vamos a caernos los dos. Pero será un momento cursi del que no quiero perderme. Así que sí. ¿Es... Una cita?—hay cierta duda cautelosa en su voz. Elevo una ceja, ladeando mi sonrisa.
—¿Una cita?
—Olvídalo—ríe.
—¡No! Claro que puede ser una cita. Pero, ¿por qué lo mencionas?
—Es que no hemos tenido una cita, tú y yo. Una formal—una punzada de emoción perfora mi pecho, haciendo que sonrisa tenga mayor amplitud y tome su mano, acariciando su preciosa piel un poco fría por la baja temperatura, pero conocida para mi por su suavidad.
—Entonces te invito a nuestra primera cita formal—sonríe con los labios juntos, conteniendo la emoción que ahora puedo ver en el brillo de sus ojos.
—Aunque sea vergonzosamente cursi, debo admitir que me emociona la idea—su teléfono suena desde un lado del sofá—. Es Patricia. Deben estar esperando por mi.
—¿Estás nerviosa?
—No. Pero sí ansiosa. ¿Crees que pregunten algo de mamá? Es extraño que no lo hayan hecho hasta ahora—nos ponemos de pie, y con un suspiro, dejo mis manos sobre sus hombros.
—Si lo hacen y no quieres responder o hablar de ello, estás en todo tu derecho. No te sientas presionada a hablar de algo que no quieres—sonríe. Besa rápidamente mis labios.
—Siempre sabes que decir. ¿Te aburrirás sin mi?—dice encaminándose a la puerta, sujetando su abrigo y su bolso desde el hombro.
—¿Cómo no hacerlo?—se muerde suavemente los labios y regresa a mi para alcanzarme del cuello, besándome. La sujeto de la cintura, y nada más desearía poder tenerla todo el día de hoy para mi.
—¿Continuamos cuando regrese?—profundiza su voz.
—Espero por ti—le beso una vez más, dejándola ir con una sonrisa. Aunque dentro de mi reside algo de preocupación, me alivia saber que ella esté siendo feliz.
El departamento queda en silencio después de que Meg cierra la puerta detrás de sí, se escuchan los pasos de Pequeñito acompañados del suave tintineo de su collar. Se sienta frente a mi, ladeando su cabeza. Me arrodillo en el suelo para acariciar detrás de sus orejas.
—No tardará mucho, ya verás—lame mi mano—. Estará bien.
La conversación con Eric golpea mis sentidos. No debí involucrarme en esto, pero es de Meg de quien se trata. Su padre sólo quiere incluirla en la familia que siempre y nunca tuvo, en parte, con el propósito de apartarla de su madre. O es lo que puedo percibir. Eric teme de Miranda. Y yo sigo sin entender demasiado, cuando a Meg le nombran a su madre, su mirada se llena de dolor, aunque últimamente, ha sido una de esperanza. Por más que intente ocultarlo, algo sabe que nosotros no.
Algo que tenemos en común su familia y yo, es que queremos su bienestar. Ninguno sabe la historia completa. Todos hemos visto una cruda superficie que nos ha mostrado a Miranda como una mujer de turbias emociones, que odia a su propia sangre. Eso ha hecho de Meg fuerte a la vista de otros, pero yo sé que dentro de ella hay grietas y fracturas que palpitan con dolor. Meg ha sufrido suficiente, por eso accedí a ayudar a Eric. Pero le advertí que no podríamos prohibirle nada a Meg, por más que Eric insistió, esa fue mi única condición. Meg es quien debe decidir y seguir el camino que ella cree correcto.
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Malas Costumbres©
Ficção AdolescenteConforme creces, todo cambia. Todo es distinto y nada lo ves de la misma forma. No todos corremos con la suerte de tener lo que queremos, pero lo que tenemos no lo vemos. Sin embargo, siempre hay algo que sella lo que somos. Sin nuestro pasado no se...