07. Jay

839 105 27
                                    

Dejo el pincel en remojo y limpio la pintura de mis dedos con un viejo trapo de tela. Está terminada, valió la pena el trabajo.

El rostro sonriente de Meg lo acompaña una margarita decorando las hebras de su cabello negro que mueve el viento, con un cielo azul despejado. La observó un minuto más, el rojo de sus mejillas se ve auténtico, parecido al sonrojo que le provoca el calor permanente de Ciudad Solar. No puedo esperar para dársela y ver su reacción, espero que la amé tanto como lo mucho que me esforcé.

Me doy la vuelta para limpiar mis herramienta de trabajo. Escucho unos pasos acercándose y sonrío esperando que de un salto para intentar asustarme.

—No intentes nada, ya te escuché—guardo la última pintura—. Llegas justo a tiempo.

—¿Por qué? ¿Me esperabas?—su voz chillona me decepciona, la veo de reojo antes de dirigirle mi atención.

—Ah... Hola, Lisa.

—Suenas decepcionado. ¿Esperabas a Meg?—coloca su mano en su pequeña cintura.

—Sí.

Se acerca contoneándose, se detiene en frente de la pintura. Se da unos toquecitos con el dedo en sus labios. Sonríe subiendo una ceja.

—Guao. ¿Lo hiciste tú?—la señala, nada más asiento y cierro la caja de óleos—. Impresionante. Realmente impresionante. Quizás podrías pintarme a mi alguna vez.

Bufo. Me doy cuenta de que es algo descortés cuando regresa sus ojos en mi dirección, cruzo mis brazos.

—No es tan sencillo.

—Bueno, podrías contarme de ese meticuloso procedimiento en la fiesta.

—Estaría bien, pero ya te lo dije. Voy con Meg—señalo sin apartar demasiado mi mano de mi brazo.

Chasquea su lengua.

—Es una pena. Realmente quería ir contigo y darte tu regalo.

Me mira seductoramente desde los ojos hasta mi entrepierna. Usa su traje de porrista para la última presentación del año y como siempre sus labios pintados de color carmín.

—Será en otro momento.

Camino a la mesa de trabajo para retirar mis cosas e irme, puedo escuchar las pisadas de bailarina de Lisa acercándose. Me giro hacia ella. Pasa la punta de sus dedos por algunas sillas hasta llegar a mi que retrocedo, mi espalda baja choca con la mesa de madera.

—Ahora estás libre—dice.

—Lisa, lamento decírtelo. Pero—choco mis palmas frente a mi—, otra persona podrá recibir mi regalo gustosamente.

—¿En serio?—dice con sarcasmo cruzando sus brazos—. Es casi imposible que puedas resistirte.

—Claro. Lamento romper tu récord de ser el primer hombre de tu lista que desiste. No estoy interesado.

Hablo con firmeza, pero eso no evita que se acerque y acaricie mi cuello con su nariz. Contengo mi respiración cuando con la punta de su lengua hace un camino a lo largo de mi barbilla. Su mano suavemente se desliza por mi pecho hasta mi abdomen bajo, la sostengo de los hombros apartándola.

—¿Qué haces? Ya te dije que no.  

—No tomará demasiado tiempo—dice jugando con el botón de mi pantalón. Tomo su mano para apartarla.

Se sube en la punta de sus pies sosteniéndome el cuello e intenta abrirse paso en mi boca con su lengua y me agarra de la muñeca para forzarme a tocar su pecho. No siento más que el deseo de apartarla de mi de inmediato y es lo que hago.

Malas Costumbres©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora