LXXXIV - El perdón que vale mil pecados.

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Trató de estirar la tela de la falda inútilmente pues, por más que hiciera fuerza, su longitud no aumentaba. Saeyoung estaba tan colorado como un redondo y brillante tomate encerrado en el baño.

—¿De verdad es necesario?

Melissa se ajustó las gafas y levantó la voz para que su contestación llegara al otro lado de la puerta.

—¡Por supuesto! A menos que quieras que me vaya a vivir a la casa de mi madre.

¡Jamás! La madre de Melissa era estricta y tenía un carácter difícil. Pero eso no era lo peor, sino que vivía al otro lado del océano.

—¡Vamos Seven, queremos verte!

—Se supone que ya me habías perdonado.

—Pues ahora resulta que no. ¡Tú verás si quieres que te perdone o no, eh!

Soltando un suspiro posó la mano en el pomo de la puerta, colmado de resignación comprendió que la falda del disfraz se iba a quedar así de corta, y sus piernas; expuestas.

Los ojos marrones de Melissa se deleitaron con una imagen que sin duda, pasaría a la posteridad.

—Finges vergüenza, pero seguro que lo estás disfrutando. —Le dijo ella, que se levantó las gafas para poder repasar cada milímetro de su silueta—. Si te queda mejor que a mí. ¡No es justo!

Saeyoung abrazó a la chica, que no veía un pimiento con los cristales graduados de Luciel.

—Eso no es cierto. Ahora no te entra pero estabas preciosa cuando te lo ponías.

Ella le pisó el pie.

—¿Cómo que no me entra? ¡Claro que sí! —Gruñó—. Aún no me ha crecido tanto la tripa, tonto.

Seven siseó. Frunció el ceño y se quitó el adorno del pelo para ponérselo a ella.

—Muy bien, muy bien —Farfulló—, entonces mejor que te lo pongas tú. A mi me queda pequeño —argumentaba mientras se desvestía, en mitad del pasillo—, la falda es muy corta.

Ella se deshizo del adorno de maid y se lo volvió a poner a él.

—Aún no te he hecho fotos —Le advirtió con el dedo índice enhiesto—, y se supone que tiene que ser así, muy corto.

Saeyoung hizo un puchero que sacudió el corazón de la castaña.

—Vale pero... ¿y si después te lo pones tú? Solo un poquito...

Melissa sacó el teléfono móvil y le sacó una foto a Seven de cerca, con el flash encendido. Él retrocedió y la miró con esa expresión de cachorrito arrepentido.

—B-Bueno —Concluyó con una sonrisa fingida—. Ahora sonríe.

—Bien pero —Se cruzó de brazos—, espero que cumplas con tu parte.

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¡Dios, Seven! - Mystic MessengerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora