LXXXVIII - Memoria de flash

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Era como si estuviera viviendo la misma escena por segunda vez, salvo por algunos cambios. En primer lugar, Seven no llevaba un traje con corbata, tampoco lentillas. Traía puestas las gafas —esas tan llamativas— y su sudadera preferida. Por otro lado, Melissa estaba en el asiento del copiloto, ligeramente inclinado hacia atrás debido a la prominencia de barriga creciente. Sus cuatro meses se notaban a simple vista, su amiga podía estar contenta si pretendía llamarla «mujer enorme» o «mujer colosal».

—Ni se te ocurra volver en autobús. Cuando termines, me llamas y vengo a buscarte.

No. Melissa no quería que se repitiera. En absoluto.

—Cállate. —Gruñó—. Lo digo en serio, Saeyoung. No digas nada más.

—Bueno, bueno. No te enfades.

—Me voy, ¿vale? Me está esperando ya.

El pelirrojo frunció las cejas y, con una mueca de disgusto, se cruzó de brazos. Un puchero. En efecto, el gran Dios Seven se enfurruñaba cuando Melissa no le despedía con un beso.

No podía desaprovechar la oportunidad de tener uno. Aunque lo estuviera dando todo de él para mejorar, aún tenía miedo de fracasar. El pensamiento de desaprovechar lo que podía ser un último beso le aplastaba el corazón.

—Te veo después.

Melissa le dio un buen beso en los labios. Saeyoung se quedó aturdido viéndola salir del coche.

—Que mujer más perversa. —Suspiró.

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¡Dios, Seven! - Mystic MessengerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora