LXII - Planetario

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Había recibido tantas cosas bonitas aquel día que no se imaginaba que lo mejor estaba por llegar. Después de todo aquel asunto tan peligroso, aquel bello paisaje le parecía un sueño. ¿O era al revés? ¿Qué era lo real? ¿Estar con todos celebrando el cambio tan drástico que iba a dar su vida, o que Seven llegara con un agujero en la pierna? No parecían ser compatibles.

Pero lo eran. Las miradas amables de todos eran reales, los abrazos y las sonrisas. Todo estaba pasando de verdad, y no tenía nada que temer. Era el momento de dejar de vivir asustada, de mirar hacia delante, porque iba a necesitarlo con dos posibles diablillos o diablillas.

—Supongo que me toca. —dijo él, de la nada.

¿Qué demonios estaba haciendo?

Saeran le lanzo un diminuto objeto negro y cuadrado. Saeyoung lo atrapó en el aire e hincó una rodilla en el suelo. Sujetó la pequeña caja en dirección de Melissa, con sus profundos ojos dorados buscando los pardos de ella.

No era verdad. El diamante brillaba tan resplandeciente que no podía ser de imitación. Era real, hermoso y genuino.

Definitivamente estaba loco, pero de amor.

—Melissa Craine. —Carraspeó su garganta—. Mel. ¿Quieres hacerme el hombre más feliz y casarte conmigo?

Aquel maldito bobo. Ya le había dicho que si, entre lágrimas y en un coche a más de cien kilómetros por hora, ¿y qué? Sus sentimientos eran los mismos que en ese momento, y la respuesta también.

Le amaba más que a nada y eso no se podía cambiar.

—No está respondiendo. —Susurró Jaehee.

—Quizás está en estado de shock. —añadió Zen, haciendo lo mismo que ella.

—Yo creo que le va a dar un amarillo. —Musitó el rubio, metiéndose en la conversación de los dos.

De pronto, para sorpresa de todos los allí presentes, algo mágico sucedió. Como si sus mentes estuvieran conectadas y no hicieran falta las palabras. Saeyoung se levantó y extendió los brazos, Melissa se lanzó contra él y se dejó envolver por ellos. Después, se separó de él y le colocó el precioso anillo plateado.

—Embarazada no puedes ir al espacio, pero nos casamos con las estrellas. ¡En el planetario!

Los ojos de aquellos con un gramo de cordura en el cuerpo casi se salen de sus órbitas.

—Los planetarios no son para casarse, Seven. Es imposible que nos dejen.

La castaña puso en palabras lo que todos pensaban. El ejecutivo millonario dio un paso al frente.

—Me encargaré de todo. Enhorabuena.

—¿Cómo?

Jumin se ajustó la corbata y anadió:

—Ese será mi regalo. Felicidades, Melissa.

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¡Dios, Seven! - Mystic MessengerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora