XVI - La astucia de tus besos

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Luciel sonrió con picardía, adoraba la forma en la que la castaña se resistía. Besó los labios de la chica casi con tanta desesperación como cuando ella trataba de contener sus gemidos. Trazó un recorrido indecente, de sus labios a su barbilla y continuó su camino solo para detenerse en su cuello. Lo lamía y lo mordisqueaba sin dejar de masajear sus senos, Melissa siseaba a punto de enloquecer.

Intentó detenerle pero la voz se le atascó en un acezo, uno que a Luciel le supo a gloria. Poco después el pelirrojo volvió a sellar sus labios usando los suyos propios, reclamando por más aullidos de placer.

Los números y los cálculos habían pasado a segundo plano, dejando paso a sus impulsos. Seven necesitaba tener a Melissa tan cerca como fuera posible y solo había una manera de hacerlo.

—Pienso volverte completamente loca.

—Saeyoung por favor...

Ella creía que no podía soportarlo más y él no había hecho más que comenzar. Le costaba respirar por el calor, por la excitación y porque el cuerpo del chico ardía tanto como ella lo hacía por dentro.  No se lo pensó dos veces antes de acorralarla de nuevo, esta vez con la lengua. Atrapó sus pezones erectos y pasó la lengua tantas veces por la zona que la muchacha había perdido la cuenta, y con ella el sentido. Enredó sus dedos en los cabellos ondulados y rojizos, degustando esa sensación tan agradable que dejaba la lengua húmeda sobre su piel, el movimiento rápido de esta luchando contra sus tiesos salientes. Los incesantes jadeos de la fémina eran una señal inconfundible de que lo hacía con una maestría inigualable. 

Luciel le arrancó un último suspiro antes de detenerse, incluso él necesitaba recuperar el aliento, disminuir el ritmo ahora que había comprobado que Melissa estaba en sus manos. La castaña se mordió el labio inferior, suplicando mentalmente que no se detuviera ahí. No podía pensar en otra cosa, anhelaba su tacto, deseaba que recorriera cada centímetro de su piel como lo había estado haciendo hasta ahora, sin pedir permiso. En cambio, paró en seco. Respiró agitado y la miró directamente a los ojos. La retaba, no ocultaba su astucia.

¡Dios, Seven!

—¿Quieres que pare?

Sus labios temblaron por un instante antes de que su respuesta fuera emitida.

—No.

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¡Dios, Seven! - Mystic MessengerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora