XVII - Uno más

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Melissa apretaba los labios. Luciel no se había conformado con esa negación tan escueta, quería que la castaña diera más de ella. Quería verla tan desesperada como él, y es que ella no se había percatado, o quizás no quería pensar en ello, le bastaba con sentir aquel bulto entre sus piernas, cada vez más duro.

La causa era Melissa. Su tacto, su respiración, sus ojos centelleando en la oscuridad. Seven se tomó unos minutos para quitarle la chaqueta de encima, acariciando con ternura su piel en el trayecto.

Solo le quedaban las bragas. Aunque fuera tímida y estuviera nerviosa, tenía muchísimas ganas de él. Escurrió sus manos por debajo de la camiseta del pelirrojo y las pasó por sus abdominales. Poder acariciar su cuerpo de esa forma era un regalo de los dioses. Sabía que Seven había entrenado su cuerpo para ser un agente secreto, pero se preguntaba cómo era capaz de mantenerse tan irresistible incluso cuando comía esas patatas todo el día.

De pronto los brazos del muchacho la sujetaron del tronco, logrando tumbarla en la cama de un movimiento rápido y preciso. Luciel sonreía como un diablo encima de ella. Se sacó la camiseta y se lanzó contra su cuello sin pedir permiso.

Continuaba jugando con ella, le divertía engañarla y dejarla con ganas de más. En cambio a Melissa no le parecía tan divertido, era frustrante desearle con tanta ansia, y obtener besitos en el cuello.

Le agarró el rostro con ambas manos y le besó con tanta intensidad que le dejó sin respiración. La lengua de la chica había terminado por conseguir que no pudiera aguantarse un solo segundo más las ganas de querer arrancarle las bragas.

Los dedos de Luciel atacaron el tejido oscuro de su lencería bordada. La muchacha reaccionó con rapidez y evitó que tirara de sus bragas.

—Uno más —dijo antes de besarle con ferocidad—. Uno más.

No dejó de besarle mientras se ocupaba de la hebilla de su cinturón. Había sido fácil. Saeyoung no podía evitar reír entre beso y beso, porque la castaña peleaba contra los botones de sus vaqueros y no lo conseguía.

—Ánimo, Mel.

La castaña le mordió el labio interior, molesta. A pesar del dolor, él no se quejó.

—Ayúdame si eres tan gracioso.

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¡Dios, Seven! - Mystic MessengerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora