XXIII - A grandes males, grandes remedios

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Melissa salió de la habitación con el pelo aún húmedo y un vestido azulado largo, ajustado, que dejaba la espalda totalmente al descubierto y con un escote algo pronunciado. Se plantó frente al espejo de la habitación y rebuscó en su neceser la máscara de pestañas. Con el rabillo del ojo vio al pelirrojo, que se peleaba con la americana negra, tratando de colocarse bien el cuello. Se dio la vuelta y terminó por alisar la tela malamente doblada del cuello.

—Te queda muy bien.

Saeyoung parecía un príncipe con ese traje puesto. Melissa no dudó ni un solo segundo en tirarle una decena de fotos, no era algo que viera todos los días.

—Puedes parar ya, que no me voy a evaporar. —Rió a carcajadas—. ¿Estás lista de una vez?

La castaña se volvió hacia el espejo y sacó el aplicador de la máscara de pestañas del botecito.

—Termino de ponerme esto y nos vamos.

—No lo hagas. No lo necesitas.

Tragó saliva cuando los ojos marrones de la chica buscaron los suyos por medio del espejo. Melissa sonrió como si ese hubiera sido el mejor cumplido que le habían hecho en la vida, y apartó el maquillaje a un lado.

—¿Qué voy a hacer contigo? —Estrujó las mejillas de Seven con los dedos en pinza. —Tan guapo, tan guapísimo. No te mentiré, prefiero un traje así antes que uno de astronauta... aunque no tan fácilmente podría cambiar el paisaje estelar por una simple iglesia.

—¿No tienes que seguir con eso?

Señaló el tocador repleto de productos.

—Seven en serio, te queda tan bien... ¡Me da envidia!

—Tú estás más guapa. Puede que no preste atención a la exposición si voy contigo.

—Eso ya lo veremos.

Le cogió por el brazo y por algún motivo, el corazón se le aceleró. Melissa no podía evitar pensar que, quizás algún día, una situación así podría repetirse. Luciel con un traje de novio, y ella sujetándole del brazo dispuesta a no soltarle.

—Vamos, ya no voy a ponerme nada más. Tenemos que pedir un taxi o llegaremos tarde.

—¿De qué hablas? —Mostró su sonrisa resplandeciente—. Yo conduzco.

El hacker cerró la puerta con llave y activó la alarma antes de salir. Bajaron al sótano del edificio, el aparcamiento privado de Saeyoung. Casi con la mandíbula descolgada, Melissa contemplaba el nuevo deportivo de su novio.

—¡Dios, Seven! —gritó.

Casi le dolía en el orgullo que Luciel tuviera tantísimo dinero.

—Pensé que te gustaría ser el centro de atención por una vez, ¿no es genial?

—Es perfecto... ya está siendo la mejor exposición de mi vida.

Se lanzó a sus brazos tan de repente que le sorprendió. Saeyoung se las apañaba para embellecer todo lo que tocaba, y de alguna manera siempre lo hacía especial.

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¡Dios, Seven! - Mystic MessengerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora