Capítulo 7. Recuerdos de un viejo verano

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Su respiración acompasada se alteró. El muchacho dormía y por momentos temblaba agitado por su sueño de amor.

La cálida luz del sol acarició sus párpados y el joven abrió los ojos con dificultad. Luchaba por seguir durmiendo. Se sentía perezoso esa mañana y no quería despertar.

Le tomó un tiempo volver a la realidad de su dormitorio.

— Habría preferido seguir soñando, reflexionó todavía somnoliento.

Contempló adormilado su habitación.

— ¡Diablos! De nuevo los postigos se han abierto solos. Miró a su alrededor burlonamente ¡Esta villa es una verdadera ruina! Murmuró y sonrió.

— Afortunadamente, he dormido bastante calentito y he tenido un sueño encantador, se regocijó. Una suave sonrisa curvó sus labios.

Se estiró en la cama y con su mano se echó la frazada hasta la cabeza. No deseaba levantarse de la cama. 

— Si la vida pudiera ser siempre tan placentera, pensó en medio de su deliciosa pereza.

 Se sentía tan bien estar en vacaciones de verano, que Terry no quería que por nada en el mundo terminase, pero los días iban pasando inexorables.

— ¿Volver a Londres, ver de nuevo a la urraca de la hermana Gray y aguantar sus constantes y fastidiosos sermones? No, definitivamente ese no es mi fuerte, se respondió enarcando una ceja, pero la molestia le duró poco.

Terry era feliz. Cada día que se levantaba sonreía, él lo debía admitir.

— ¿Y todo esto es realmente por Tarzán Pecosa? Se preguntó en voz alta, bajando la sabana con las manos hasta descubrirse la cabeza contrariado. Su rostro atemorizado reflejaba su absoluta perplejidad por lo que acababa de decir. Cuando pensó de nuevo en ella, su corazón dio un brinco y empezó a palpitar con fuerza.

Desesperado, se levantó de la cama y caminó por la habitación descalzo, silencioso, frunciendo el ceño, nuevamente se sentía abochornado.

— Me pregunto, ¿cómo me ve ella? Meditó con preocupación. ¿Acaso continúa pensando en ese tal Anthony? Aquel pensamiento lo amargó y lo llenó de irritación. 

— ¡No! ¡No puedo aceptarlo! Se respondió a sí mismo casi gritando ¡Oh, ella me está volviendo loco! Pensó y cerró sus ojos por un momento dando un largo suspiro y se compadeció de sí mismo.

El rostro de Candy se dibujó en su mente con toda su delicada precisión.

La próxima vez que la viera, él tenía ganas de contar todas sus pecas. El proyecto lo divirtió y sonrió de nuevo ante la idea. 

— Si me aventuro a hacerlo, nunca podré terminar, se burló y recordó las constantes muecas de la rubia cuando él la picaba con alguna broma tonta. El muchacho estuvo a punto de soltar una gran carcajada, pero se sintió absurdo y se calmó.

Esa misma tarde, él la vería de nuevo. Semanas atrás, Candy le había pedido preocupada que le enseñara a practicar el piano durante el verano y él estaba más que encantando en poder ayudarla.
Cada día tenían la villa solo para ellos, ninguna monja irrumpía y tampoco estaban obligados a salir corriendo a toda prisa para llegar al aula de clase a tiempo. Esta vez, pasaban largas horas juntos, conociéndose sin ser molestados por nadie. Ante la perspectiva de volver a verla de nuevo, su corazón se ensanchó y de nuevo sonrió satisfecho.

Cada día, cuando Candy llegaba para su lección de piano, el tiempo pasaba tan deprisa que al acercarse el final de la tarde, Terry rezaba para que la muchacha no se diera cuenta de que era la hora inminente de partir. Pero preocupado de que la muchacha pudiera ser amonestada, él mismo terminaba por advertirle que era tiempo de marcharse y volver a su residencia.

Un largo inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora