Capítulo 29. Romeo y Julieta. Séptima parte

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Terry se acostó en su cama con las manos cruzadas bajo la nuca. Un largo suspiro retenido salió de su pecho.
- Finalmente es mi prometida, susurró con voz triunfal.

No hacia mucho tiempo había vuelto a su apartamento. Había conducido a Candy a la residencia de su madre después de haber pasado la tarde y toda la noche junto a ella.

Curiosamente, en esta ocasión, su madre los estaba esperando en el salón a pesar de la tardía hora y, aunque Candy poseía un juego de llaves para entrar al apartamento, Eleanor había aparecido en el vestíbulo para escoltarla cuando los dos se encontraban en la puerta fundidos en un apasionado beso.

El incidente fue bochornoso. Enseguida, Candy se disculpó con la actriz por llegar a tan tardía hora.

Esa madrugada, Terry notó que su madre estaba extrañamente tensa. De hecho, lo había observado con una singular suspicacia antes de tomar a Candy del brazo para atraerla hacia ella.

La escena fue tan peculiar que ni Candy ni él se atrevieron a anunciarle su reciente compromiso, especialmente cuando Eleanor notificó a Candy que la señorita Pony y la hermana Lane habían telefoneado a la rubia esa noche. La actriz explicó a los jóvenes que, sin saber que decir a las madres de Candy a cerca de su paradero, no tuvo más remedio que mentir a las damas, argumentando que la pareja se encontraba cenando en un restaurante cuando en realidad, no tenía idea de donde se encontraban en esos momentos.

La verdad sea dicha, la llamada de la señorita Pony había llenado de remordimientos a Eleanor.

Ciertamente, la actriz era una mujer liberal y no se preocupaba por los convencionalismos, especialmente cuando se trataba de dos jóvenes adultos libres e independientes como lo eran su hijo y Candy. Por lo tanto, desde el principio, estuvo dispuesta a ayudar a su hijo de todas las formas posibles, lo que la hizo olvidar por completo que Candy era una señorita y en esa medida, seguramente sus madres esperaban que ella la protegiese y velara por ella adecuadamente durante su estadía en New York.

Como chaperona ciertamente lo había hecho bastante mal. No solamente Candy había vivido una terrible experiencia con el chofer de June Davies; además de esto, como toda una alcahueta, Eleanor le había proporcionado a su hijo, desde el principio de la estadía de la joven en la ciudad, innumerables ocasiones para que este se encontrara a solas con ella. Inexperta como imaginaba que era Candy, quizás la joven no habría sabido manejar una situación comprometedora con Terry, situación que Eleanor había inducido con su imprudencia.

Su hijo no era un sinvergüenza, ella lo sabía bien, pero al fin y al cabo no dejaba de ser un hombre. Además, sabía bien que estaba locamente enamorado de Candy. Cualquier joven en su posición buscaría la soledad para intimar tanto como fuese posible. Ella no era tan ingenua para no planteárselo.

Esa noche, había esperado que Candy y Terry llegaran para la cena que ella daría para algunos amigos, incluso el propio Robert Hathaway se encontraba presente esa noche en su apartamento y estuvo esperando entusiasmado la llegada de Terry.

Por otro lado, su ama de llaves, la señora Kirk, le había comentado que los jóvenes habían salido de la residencia antes de la cuatro de la tarde, por lo que le pareció ciertamente probable que estuvieran en su apartamento para acompañarla en la cena de esa noche.

Pero las horas fueron pasando y la pareja no llegaba. Al principio, no lo tomó mal, al fin y al cabo, los dos seguramente deseaban estar solos. Tenían tantas cosas de que hablar, ¿cómo culparlos? Esta era la convicción inicial de Eleanor en el principio de la noche. Pero su opinión cambió radicalmente con la llamada de la señorita Pony. Por una parte, tuvo que mentir descaradamente para no preocupar a la dama. Al no tener idea en donde se encontraba la pareja, Eleanor no tuvo el corazón para decirle algo semejante a la noble mujer. Y sus remordimientos fueron en aumento cuando la anciana le dio las gracias por albergar a Candy y cuidarla. La estocada final se dio cuando tuvo en el auricular a la hermana Lane que reiteró las palabras de agradecimiento de su amiga, hablándole de lo mucho que amaban a su hija. Su desconcierto fue peor cuando la religiosa se refirió a Terry de la manera más respetuosa y entrañable.
- "Siempre se ha comportado como todo un caballero con nuestra Candy", afirmó la hermana Lane con cariño.

Un largo inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora