Capítulo 30. Chicago. Quinta parte

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— ¡Abra la puerta!

— ¿¡Señora!?

— ¡Qué abra la puerta he dicho!

Preocupado de lo inadecuado de aquella petición, el criado no tuvo más remedio que obedecer la orden de la señora Elroy. Sin decir nada, la anciana entró en la habitación de huéspedes donde se encontraba instalada Patty, seguida de Sara y Eliza como si se tratara de su propia recámara.

Al auscultar rápidamente el lugar, encontró a la señora O'Brien sentada en una silla junto a la cama, sosteniendo la mano de su hija. William Albert, por su parte, se encontraba a una distancia razonable de su joven prometida mientras el señor O'Brien estaba de pie junto a la ventana con el rostro ensombrecido por una emoción desconocida.

— William, ¿qué es lo que ocurre? Preguntó Elroy exigiéndole de inmediato una explicación. No se percibía en ella la más mínima intención de disculparse por introducirse en la habitación de la joven mujer sin anunciarse previamente.

— ¡Oh, Dios! Susurró Patricia, que de nuevo empezó a temblar cuando contempló a la anciana acompañada de las mujeres Lagan.

— Tranquila, murmuró Albert haciendo un gesto con su mano para indicarle a su prometida que él se encargaría de controlar el estallido inminente de la anciana.

— ¿Tía, le parece adecuado entrar en la habitación de Patricia sin llamar? Cuestionó Albert con voz sería, observando con gravedad a Sara y a Eliza.

— Lo es cuando me entero por un criado que Patricia se ha desmayado en el jardín, ¿debo recordarte que están a poco más de un día de casarse? Así que vuelvo y te pregunto William, ¿qué le ocurre a tu prometida?

Esta vez, la matriarca puso los ojos en una Patty muy colorada y luego en la señora O'Brien que permanecía digna y serena, a pesar de sentir sobre ella los ojos escrutadores de la anciana exigiendo una respuesta; sin contar que debía lidiar con el evidente mal humor de su marido que seguía sin digerir el hecho de que su tímida e inocente hija hubiese estado intimando con Ardlay desde hacia quien sabe cuántos meses.

Marcus O'Brien emitió un sonoro suspiro y se paseó por la habitación observando a las dos mujeres apostadas junto a la puerta que no perdían ni una sola de las palabras entre el heredero de los Ardlay y la anciana.

Albert, por su parte, no tuvo más opción que presentar a Sara y Eliza a los señores O'Brien, aunque lo hizo de mala gana. Por la frialdad de sus ojos siempre tan cálidos y su ceño fruncido, Elroy supo que había obrado mal en llevar a Sara y a Eliza a la habitación en un momento que parecía ser tan íntimo.

Luego del incidente con Ethan Fox y Alice Berry, William Albert había sido tajante con su tía en lo relativo a la familia Lagan o por lo menos en lo que se refería a Eliza y a Sara Lagan. No las quería merodeando en la mansión, especialmente a Eliza que, si bien no había participado en el macabro plan ideado por Fox y Berry con el fin de violar a su mujer, había ayudado a Alice Berry para que esta se entrevistara con su tía y de esta forma entregarle las miserables fotografías que el periodista Eric Pach había hecho a Patty por órdenes de Fox para poner a la anciana en contra de su prometida.

No es que William Albert Ardlay hubiese cortado los lazos con la familia Lagan en su totalidad. Las dos familias tenían un vínculo de sangre y negocios que no podían romperse de la noche a la mañana, sin embargo, su intención era permanecer alejado de ellos tanto como fuese posible.

Los cuatro meses en los que no había visto a las dos mujeres había significado para su prometida y para él mismo un verdadero descanso, incluso los señores Cornwell eran dichosos de no tener que ver a Eliza merodeando por la casa buscando ejecutar quién sabe qué nueva maldad.

Un largo inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora