Capítulo 10. El encuentro

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Era una hermosa tarde de finales primavera en la ciudad de Chicago. El sol centelleaba en la acera y en los edificios a lo largo y ancho de la calle. Las personas se agolpaban en las vitrinas de los comercios en un bochorno alegre y desordenado que incitaba al ocio y al derroche.

Entre todas las personas que se encontraban en la Magnificent mile(1), una mujer avanzaba a por la acera abriéndose paso entre las transeúntes que caminaban relajados exhibiéndose por el lugar. Vestía un traje de sastre ajustado de color azul pálido con un sombrero cloche a juego. Su magnífica melena castaña clara caía en sutiles ondulaciones hasta la mitad de su espalda, brillando con los rayos de sol, creando magníficos reflejos de un dorado apagado.

La muchacha dio un vistazo a los transeúntes un poco enceguecida por la luz que el sol proyectaba sobre sus anteojos. Un aire de sorpresa se apoderó de su rostro y sus labios se abrieron formando una gran O por algunos segundos, cuando contempló, no muy lejos de ella, un grupo de mujeres bastantes guapas caminando por la calle. Todas llevaban su cabello muy corto al estilo castle bob (2). Un corte de cabello masculino hasta al nivel de la mandíbula se estaba convirtiendo en la nueva moda y las mujeres más osadas de la ciudad estaban adoptando el particular estilo. Casi era una declaración de independencia de la juventud contra el viejo orden establecido. Sumada a esta audacia, sus vestidos cortos y holgados también eran ciertamente impactantes. El escandaloso dobladillo llegaba solo unos cuantos centímetros más abajo de las rodillas, dejando al descubierto las bonitas pantorrillas femeninas. Por un momento ella se sintió démodée, porque no podía negar que aquellas mujeres se veían chics, contemporáneas y delgadas, muy diferentes a lo que ella representaba, la vieja época, la mujer de antes de la gran guerra.

— Las envidió, reflexionó, dándoles un nuevo vistazo admirativo con ojos brillantes.

Sabía que estaba más allá de ella ser tan atrevida para permitirse un corte tan masculino, así que no tuvo más remedio que olvidarse de las extravagancias y continuó su camino con rostro pensativo.

Divisó a unos cuantos metros a un grupo de obreros sentados en el suelo. Los hombres descansaban bajo la sombra que proyectaba un alto edificio. La mayoría de ellos fumaba y otros bebían de sus cantimploras.

Entre el conjunto de obreros, dos individuos un poco más apartados fumaban y discutían de pie, observando con ojos interesados la agitación de la amplia calle. Uno de ellos era rubio, alto y bastante desgarbado. El otro era de cabello castaño y tan escuálido como el primero, pero más bien bajito si se le comparaba con las proporciones de su compañero. Cuando el rubio vio a la mujer acercándose, le dio un codazo en las costillas a su camarada para que este advirtiera quién se dirigía hacia ellos, generoso de compartir el preciado espectáculo que se aproximaba. Momentos después, los dos hombres la contemplaban con las bocas bien abiertas. Ella pudo sentir sus voraces ojos recorriendo cada centímetro de su cuerpo, pegándose sobre su vientre, sus muslos y sus pechos.

Cuando la mujer estuvo lo suficientemente cerca a ellos, el rubio acercó su rostro y le lanzó un beso, dejando escapar de su boca un desagradable y voraz sonido. Acto seguido, le susurró una vulgaridad que la joven no comprendió, mientras que su compinche, es decir, el hombre moreno, se dirigió a ella obsequiándole un silbido agudo que la intimidó todavía más.

Asustada, la muchacha no pudo evitar lanzar un pequeño grito de alarma, poniendo en evidencia su terror. Instintivamente, se llevó las manos al pecho para protegerse y cerró los ojos esperando lo peor. Segundos después, abrió de nuevo los ojos al escuchar las sonoras carcajadas de los dos individuos que no dejaban de enviarle besos y contemplarla con ojos lujuriosos. Comprendiendo que no se atreverían a ir más lejos, la joven continuó caminando con piernas temblorosas, acelerando el paso tanto como pudo hacerlo, buscando la manera de perderlos vista cuanto antes, al tiempo que se esforzaba para que sus insinuantes caderas no se contonearan tanto al caminar. En esos desafortunados momentos, recordó aquellas señoritas tan delgadas y chics que había contemplado minutos atrás y deseo tener aquella graciosa y elegante esbeltez.

Un largo inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora