Capítulo 28. New York. Cuarta parte

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Después de dejar de lado el tema de la señora Marlowe, la conversación fluyó entre ellos como un fuego que prende bien desde el momento en que es tocado por una cerilla.

Parecía que se hubiesen comunicado con anterioridad sus opiniones y sus sensaciones porque a medida que hablaban, descubrían que se inclinaban hacia las mismas cosas y sus gustos no eran tan diferentes como habrían podido creerlo en un primer momento.

Qué felicidad experimentaba Terry al encontrar en Candy una gran oyente que por momentos lograba adivinar incluso sus pensamientos antes de que el pudiera expresarlos. Sin contar que también respondía a sus preguntas con una franqueza y serenidad encantadora que lo deleitaba.

Y cuando él le habló de su personaje de "Romeo" que ella vería la noche siguiente después de tanto tiempo, se maravillaba al comprender que Candy tenía una percepción delicada y justa de los sentimientos que él deseaba expresar con su papel, de la verdad de su personaje y de su psicología.

Estaba realmente halagado por la manera como ella se dirigía a él y sin duda conquistado por la gracia provocante que ella desplegada, sin olvidar el encanto con la que ella lo envolvía dejándole entrever su espíritu delicado.

Mientras ella hablaba, él era incapaz de no acariciar con sus ojos sus esplendidos mechones rubios que emitían suaves destellos con la tenue luz eléctrica de la sala. Cada aspecto de su rostro era un tesoro para Terry. Se deleitaba al observar cómo su delicada nariz se distendía y se cerraba alternativamente cuando ella reía y se impresionaba por la belleza de sus ojos verdes en donde dos pequeños puntos luminosos brillaban intensamente. Sin embargo, sus ojos ambiciosos terminaban posándose siempre con loca insistencia en sus labios que él se moría por besar a voluntad nuevamente.

De improvisto, Terry entusiasmado exclamó:

-Es verdaderamente agradable hablar contigo Candy. Sus ojos de un azul oscuro le comunicaron la profundidad de sus sentimientos a ella.

Candy enrojeció al encontrarse con su mirada apasionada, pero osadamente le respondió:

-Bueno, para mí también lo es Terry. Confieso que estaba impaciente por estar contigo a solas esta noche, admitió con vergüenza.

Buscando calmarse al observar la mirada fija del actor sobre ella, se llevó una cucharada de su tarta de limón, intentando parecer indiferente, sin conseguir realmente su objetivo.

Terry se mordió los labios para reprimir una sonrisa al ver su evidente incomodidad que la volvía un poco torpe pero también muy tierna. Candy tenía aquel aspecto frágil y delicado de las flores que lo maravillaba.

¡Oh! Cómo aquella sonrisa del hombre penetraba en el interior de su ser, pensaba la joven, sintiéndose desarmada ante él.

-Tienes crema en tu labio, aquí mismo, afirmó el actor, acercando su mano para limpiar la comisura de su boca con su pulgar. Momentos después, lamió la punta de su propio dedo con avidez.

-¡Delicioso! Susurró sonriendo al ver el rostro desconcertado de la joven que no dejaba de abrir la boca, incrédula ante sus atrevidas atenciones en un lugar público.

-¿No se enfadarán tus admiradores si te ven coqueteando conmigo tan abiertamente? Le preguntó ella frunciendo el ceño. Sin embargo, estaba genuinamente interesada en conocer su respuesta.

-Me importa un cuerno lo que piensen, no podía permitir que una tarta tan deliciosa se desperdiciara de esa manera, le respondió él sabiendo que solo conseguiría incomodarla un poco más con sus palabras, pero aquel juego era tan placentero para el actor, que era incapaz de reprimir sus constantes insinuaciones.

Un largo inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora