Capítulo 5. T. G. Segunda parte

1.5K 80 262
                                    

Por órdenes de su padre, Terence fue conducido ese mismo día al Royal Saint-Paul ubicado en las afueras de Londres.

Al ingresar al colegio, Terence encontró una relativa libertad.

El muchacho aprendió a alimentarse del aire puro del bosque y se encariñó con su nueva yegua Theodora, su única compañía en el lugar. Sin embargo, su temperamento sombrío, producto de años de sufrimiento y su marcada aprensión, le impidió hacer amigos con facilidad y en esa medida, Terry fue cultivando una soledad que lo retrajo cada vez más de los demás.

El desdén que padeció Terence de su padre y Lady Ana y la soledad a la que había sido sometido desde tan corta edad, podría haber marchitado el florecimiento de cualquier niño, pero esto no fue el caso para Terry.

Esta serie continua de humillaciones en lugar de secarlo, lo robusteció, en lugar de ser un muchachito enjuto y tímido, en el niño brotó una vitalidad nueva, alimentada por el enojo creciente que le producía ser tratado como si él no tuviera ningún valor y solo fuera un motivo de vergüenza para todos.

Desafortunadamente, los años de abusos emocionales tuvieron consecuencias importantes en el comportamiento del muchacho que se concretaron en una marcada tendencia a la melancolía.

A su vez, Terry podía caer fácilmente en la ironía y el cinismo, llegando a ser en ocasiones incluso violento cuando sentía que se le provocaba y ofendía; impidiendo entonces que sus compañeros de colegio conocieran su faceta amable y noble.

No se podría decir que fuese un buen estudiante en el tiempo que residió en el Royal Saint-Paul. No obstante, Terry cultivó, por su propia cuenta, un espíritu sensible que no lo dejaba indiferente ante las maravillas del mundo. El niño podía encontrarse fascinado con la lectura de una prosa nueva o con el poder sonoro de una nota musical. Pasaba por hermosos momentos de regocijo y de solitarias alegrías; pero cuando recordaba el peso monstruoso de su soledad, su increíble abandono, caía en una profunda tristeza al comprender que estaba condenado a vivir en él mismo, sin tener a nadie con quien compartir su propia sensibilidad.

Conforme pasaron los años, el muchacho adquirió un comportamiento desafiante como método de defenderse y atacar a los demás, haciendo que sus camaradas de colegio aprendieran a temerle y a huir de él. No solo era por el hecho de ser el hijo de un duque lo que coaccionaba a sus compañeros a propósito de Terry, se trataba también del comportamiento severo y rudo del joven que, agregado a su aspecto físico alto y atlético, lo hacía verse peligroso e intimidante a los ojos de los jóvenes.

Por su parte, las señoritas del Royal Saint-Paul se sintieron rápidamente atraídas por la buena apariencia del muchacho, que conforme crecía, desplegaba una elegancia y una lozanía muy atractiva para ellas. Desafortunadamente, para las jovencitas, Terence mostraba tan poco interés por la compañía femenina, que muchas tuvieron que abandonar sus ilusiones y sueños de conocer al muchacho o de ser cortejadas por él.

Por otro lado, el contacto de Terence con su familia continuó, pero de forma esporádica. El muchacho solo era convocado a su casa durante las festividades o eventos importantes. 

Con el paso del tiempo, la relación con los duques había cambiado debido a que Terry no guardaba ya silencio ante los múltiples ofensas y burlas de su madrastra, devolviéndole con su lengua cada vez más afilada y cínica sus ataques al punto de desarmarla e incluso intimidarla.

El duque, por su parte, le reprochaba a Terry su comportamiento cínico y violento, pero se mostraba desdeñoso a la hora de reflexionar en las necesidades emocionales de su hijo.
Esta actitud de Richard Granchester ofendía y abatía profundamente a Terry y lo alejó cada día más de su padre, hasta la ruptura definitiva cuando decidió marcharse del Royal Saint-Paul en otoño de 1913.

Un largo inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora