Capítulo 11. La boda. Tercera parte

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— Dime Neal, ¿quién es la mujer que baila con el señor Ardlay? Cuestionó Ethan Fox sin apartar sus ojos de la pareja.

Neal echó un vistazo a los bailarines aglomerados en el salón después de zamparse el resto del whisky de un solo trago. Empezaba a sentirse algo achispado y la velada adquiría para él algo más de color.

— ¿Te refieres a Patty? Quiero decir, ¿a Patricia O'Brien? Preguntó incrédulo.

— Entonces, Patricia O'Brien, ¿eh? Parece bastante tímida; apenas ha logrado articular algunas palabras cuando he bailado con ella. Me atrevería a decir que no tiene mucha experiencia con los hombres; con suerte, podría incluso ser una pequeña virgen, ¿no lo crees? Sonrió con malicia, sin apartarla de su vista, antes de dar una larga calada a su cigarrillo.

Neal soltó una estruendosa carcajada.

— ¿Esa? ¡Probablemente lo sea! ¿Quién podría interesarse en semejante criatura? Replicó mordaz, observando con ojos críticos a la joven que bailaba ajena a aquella charla.

Ethan le dirigió una mirada de verdadera incomprensión a Lagan. 

— ¡Qué poco conoces a las mujeres querido Neal! Murmuró Ethan compadeciéndolo.

De nuevo contempló a la mujer en una franca y descarnada evaluación de su cuerpo. La delicada tela de su vestido que se ajustaba un poco más de lo que se acostumbraba en aquella época, dejaba entrever la voluptuosidad que se escondía debajo del mismo. 

Y es que Patricia había dejado de ser una niña desde hacía mucho tiempo, convirtiéndose en una mujer admirable. Su figura habría cautivado a cualquier escultor, encarnando el ideal realizado. Era hermosa, pero de esa belleza que no se revela de inmediato. Las mujeres de aquella época, obsesionadas por la delgadez, no habrían encontrado en ella la gracia deseada, al considerarla demasiado imponente. Sin embargo, a pesar de que Patricia podía ser descrita como alta y fuerte en proporción, nunca caía en la exageración. Su espalda, aunque ancha, estaba finamente esculpida; sus brazos y manos exhibían un contorno exquisito, mientras que su pequeña cintura daba paso a unas caderas deliciosamente proporcionadas.

— ¿Dices que quién podría? Retomó Ethan con vehemencia. — ¿Te has detenido a contemplar las curvas que encierra ese pequeño traje? Lo cuestionó como si le estuviera impartiendo su primera lección sobre masculinidad a Neal.

El joven hombre se encogió de hombros. No era posible para él ver a la muchacha con otra mirada que no fuera la de un absoluto desprecio.  

— ¡El cuerpo de una Venus! Susurró Fox con malicia. Qué agradable sería llevarla a un pequeño rincón oscuro e íntimo de la propiedad, levantarle las faldas y darle su primera lección, masculló. Su mirada fija sobre la joven se había vuelto peligrosa. 

Una mueca de asombro apareció en el rostro moreno de Neal cuando oyó las palabras de Ethan. Simplemente no podía dar crédito a lo que escuchaba.

— ¿Patricia O'Brien? Nunca, jamás, se dijo a sí mismo con convicción. 

Fox lo observó con una mirada de diversión y voluptuosidad. 

— ¡Estás loco Ethan! Exclamó Neal incrédulo. 

A Fox le habría encantado tener a Patty en su cama despojada de todas sus ropas, suplicando por él. El deseo de tener aquella muchachita ingenua se hizo cada vez más urgente y se dijo que no podía simplemente partir de la propiedad sin lograr lo que quería.

— ¡Ah! Y tal parece que no soy el único que se muestra interesado en la señorita O'Brien. ¿Te has fijado como la mira Ardlay? Inquirió frunciendo el entrecejo. 

Un largo inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora