Capítulo 6. Rockstown. Segunda parte

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Sus manos no dejaban de temblar. Nerviosa, se paseaba por la lujosa habitación de un lado a otro para luego desmoronarse en el sillón sin fuerzas. Sin poder contenerse, volvía a incorporarse para rehacer la misma rutina en la que había estado inmersa desde hacía ya un largo tiempo. Su preocupación no le había permitido un solo momento de reposo y aquella mañana tampoco era la excepción.

Desde hacía ya más de quince días, el actor Terence Graham había desaparecido de New York.
La prensa amarilla hacía todo tipo de especulaciones y conjeturas acerca de su paradero. Algunos periodistas se aventuraban a insinuar, sin ningún escrúpulo, que el actor había fallecido recientemente. Existían incluso rumores en los cuales algunos testigos aseguraron haberlo visto saltar al río Este desde el puente de Brooklyn.

Cuando algunos especuladores de la prensa amarilla informaron que el joven había muerto, la mujer sufrió un colapso nervioso.

En realidad, hasta aquel día, lo único que estaba claro, era que el joven había desaparecido del radar neoyorquino y se desconocía su paradero, lo demás, solo eran especulaciones de la prensa que se divertía en desprestigiar al actor de Broadway caído en desgracia.

La situación era simplemente intolerable para ella. Su único consuelo era que su intuición le decía que Terry seguía con vida, estuviese donde estuviese en esos momentos.

El sonido del teléfono la sacó de sus cavilaciones tristes y la hizo incorporarse de un brinco. Era la llamada que había estado esperando toda la mañana, la llamada que la había mantenido en vela toda la noche.

Se precipitó hacia su escritorio para atender el teléfono sin importarle que su ama de llaves, la señora Kirk estuviera a punto de tomar el auricular.

— Déjame a mí, Rose, pidió con su melodiosa y elegante voz.

La señora Kirk se quedó paralizada mirando a su patrona, empezaba a preocuparse por la señora. Durante los últimos días, ella se había convertido en un verdadero manojo de nervios. Nunca la había visto en un estado tan deplorable como el actual y esperaba sinceramente que las cosas se resolviera pronto para ella.

— ¡Válgame el cielo! Si el joven Terence no aparece pronto, la señora no lo resistirá, pensó inquieta la empleada.

La elegante mujer tomó una larga bocanada de aire antes de llevarse el auricular al oído con manos temblorosas:

— ¿Diga? Su voz sonó débil y temblorosa.

— Sí, señorita, tomaré la llamada, por favor comuníqueme, respondió apresuradamente ante la demanda de la operadora. Todo le parecía terriblemente lento y ella solo deseaba tener noticias de Terence cuanto antes.

— ¿Es usted, señor Jones? Preguntó cuando escuchó una voz masculina a la distancia. Pero dígame, ¿qué novedades tiene? Inquirió impaciente.

Hubo un silencio de muerte, momentos después, la mujer palideció.

— ¿Cómo dice? ¿Y ha hablado usted con el propietario de su estudio? ¿Qué le ha dicho? Algo debe saberse de él, no puede simplemente haberse evaporado de la ciudad nada más, respondió sofocada. ¿Ha podido averiguar algo discretamente en casa de la familia Marlowe? ¿Y el personal del teatro sabe algo de él? Continuó la diva con su interrogatorio.

Sus preguntas eran tan atropellados que apenas si le permitían a su interlocutor responder a sus demandas.

— Escúcheme bien, señor Jones, necesito que dé con el paradero del señor Graham cuanto antes, no puede ser que él haya simplemente desaparecido sin más. Mi intuición me dice que debe estar en Chicago. Si usted se dirige hacia allí, seguro lo encontrará. En esa ciudad reside alguien que es importante para él, desafortunadamente, no conozco la dirección de la señorita en cuestión. Búsquelo cuanto antes y de con él, no escatime en gastos, haga lo que tenga que hacer para encontrarlo. Y no tengo que recordarle, señor Jones, que debe ser sumamente discreto en este delicado asunto, ¿lo comprende usted? Adjuntó para luego continuar hablando. En cuanto lo encuentre, por favor llámeme inmediatamente, ¿lo entiende? No importa la hora que sea, es un asunto vital para mí. Confió en usted, estaré más que atenta a su llamada. Y señor Jones, gracias por su discreción, concluyó.

Un largo inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora