Capítulo 30. Chicago. Primera parte

2.5K 83 164
                                    

Todavía no podía creer que se encontrara en su compartimento de tren viéndola dormir.

Con cada día que pasaba más y más intimidades nacían entre ellos y Terry agradecía infinitamente el hecho de que Candy depositara en él toda su confianza.

Un profundo suspiro escapó de su pecho. La contempló de nuevo y no pudo evitar sonreír.

No, no le importaba que nada hubiese ocurrido entre ellos. Para él, el solo hecho de que ella le permitiera permanecer en su cabina era el máximo de los logros obtenidos.

Del bolsillo de su pantalón extrajo su reloj de bolsillo.

- Las seis, susurró.

Recordó que él había insistido con firmeza para que ella hiciera una siesta después de haber tomado el té en la privacidad de su habitación móvil. No fue difícil para el actor adivinar su falta de sueño y Candy había terminado por confesarle minutos después que durante las últimas cuarenta y ocho horas solo había logrado dormir cinco horas.

- Está bien Terry, dormiré un poco, pero prométeme que me despertarás en una hora, había pedido sintiendo ya sus párpados cerrarse ante la perspectiva de una hora de sueño plácido.

- Entendido pecosa, ahora descansa, no quiero que Albert piense que tu estadía en New York solo han sido problemas y noches en vela para ti.

- ¡Oh vamos! Albert, nunca pensaría algo así, sabe que soy la mujer más dichosa de este mundo, se atrevió a confesar ella.

- ¡Ah! ¿Querida, es eso cierto? Preguntó, incorporándose para ir al sofá cama donde se encontraba sentada la muchacha. Sus ojos inflamados se posaron sobre ella como dos flamas vivas.

- ¡Alto Terry! No te acerques, lo has prometido. Si te acercas, tendré que desistir de mi siesta.

Él respiró profundamente, un tanto decepcionando por su interdicción, aunque consciente que no debía dar un paso más hacia ella. Las palabras de su madre vinieron a él para atormentarlo de nuevo.

- ¡Dios! Siento que estoy frente a una horrible eternidad antes de que te conviertas en mi esposa Candy, se quejó él con tristeza, pero ver el hermoso rubor tiñendo las mejillas de su prometida, hizo que su corazón volviera a dar un brinco.

Afectado, quiso disimular su turbación observando el paisaje que aparecía y desaparecía a gran velocidad por la ventana.

- Traeré un libro de mi cabina y tú descansa ahora, lo necesitas, te prometo que mantendré las distancias, aseguró, tratando de recuperar su calma.

Desde aquella conversación había pasado una hora.

- Creo que la dejaré dormir un poco más. Podemos tener una cena tardía si es preciso, pero ella debe descansar. Se le ve tan tranquila y serena que no tengo el corazón para interrumpir su reposo, reflexionó al observar la respiración acompasada y regular de la muchacha.

Por un momento había considerado irse a su propio compartimento con la intención de dejarla gozar de su privacidad, pero debía aceptar que era incapaz de alejarse. Deseaba permanecer cerca, tenían tanto tiempo que recuperar que la idea de marcharse le pareció simplemente una cosa imposible de soportar en sus circunstancias actuales.

Instalados cada uno en sus respectivos compartimentos dos horas atrás, no habían pasado quince minutos antes de que Terry saliera de su propio camarote con la intención de buscar a Candy de nuevo.

Simplemente, no resistía estar lejos de su prometida. Sabía que las próximas semanas serían duras de sobrellevar para él, en especial porque con toda probabilidad tendrían que separarse algunos días cuando tuviera que volver a New York antes de la ceremonia de bodas. Con estos pensamientos en mente, mandó las formalidades al diablo y se presentó a la puerta de Candy incapaz de retenerse.

Un largo inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora