Capítulo 22. Una dolorosa separación

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Enero, 1923.

20th Century Limited(1).

Albert y Georges se encontraban en el interior del lujoso vagón privado, decorado con caoba cubana, paneles de nogal tallado y apliques de latón pulido. La opulenta atmósfera del Palace Car (2) se veía realzada por la pesada alfombra de Bruselas y los espejos franceses finamente cincelados.

Durante la última hora, Georges Villers había permanecido en silencio, observando a William Albert Ardlay, quien no había pronunciado ni una palabra desde que habían partido de la estación de Chicago con destino a Nueva York esa misma tarde. Al verlo sumido en la melancolía, Georges sintió la necesidad de hacerle alguna advertencia a su patrón, así que decidió hablar con voz pausada:

—¿Señor William? ¿Señor William? Repitió, dándose cuenta de que no había sido escuchado la primera vez.

Villers tuvo que llamar la atención de su amigo varias veces antes de que William Albert volviera a la realidad del tren y percibiera la voz de su asistente personal llamándole. Entonces, con una mirada indiferente hacia su mano derecha, le preguntó, sin mucho entusiasmo:

— ¿Qué sucede, Georges?

El hombre se aclaró la garganta con gesto confundido cuando Albert puso sus ojos fríos sobre él.

— Bueno, señor William, prácticamente ha terminado la botella de whisky. ¿Le parece prudente seguir bebiendo de esa manera? Inquirió con seriedad, su voz resonando con un dejo de preocupación.

— Nos espera un viaje de aproximadamente dieciocho horas y quiero relajarme un poco para variar, respondió, sin prestar mucha atención a la evidente inquietud en el rostro de Georges.

El empleado se removió incómodo en su silla, buscando las palabras adecuadas para dirigirse de nuevo a Ardlay.

— Señor William, si me permite decirle, usted no suele beber así, añadió con una mezcla de respeto y aprensión, frunciendo el ceño al mirarlo.

— No suelo hacer esto, no suelo hacer aquello. Realmente es agotador ser William Albert Ardlay. ¿Por qué te empeñas en controlar todos mis movimientos? Ya no soy un crío de diecisiete años que necesita ser guiado, ¿o sí? Cuestionó Albert, dejando entrever su frustración y su incapacidad para ser paciente en aquel momento.

— No se trata de eso, pero...

— ¿Entonces, de qué se trata? Lo interrumpió. ¿Por qué debo ser el hombre modelo? ¿Cuándo he firmado un contrato con la familia Ardlay para eso? ¿Acaso se te ha olvidado mi pasado con la señora Miller y el tipo de hombre que he sido durante mucho tiempo? Adjuntó, desafiando los razonamientos de su amigo.

— Señor William, no tiene por qué recordar esos tiempos ahora, se apresuró a decir Georges confuso ante el camino que había tomado la conversación.

— ¿Y por qué no? Es mi pasado. ¿Por qué ocultarlo para fingir ser alguien que no soy? Indagó Albert, sonando cada vez más irritado.

— Simplemente porque esa mujer se aprovechó de usted cuando era solo un muchacho sin experiencia, y lo sabe bien. No comprendo por qué insiste con ese tema cuando han pasado tantos años, añadió el hombre, sin entender hacia dónde se dirigía William Albert al traer a colación su pasado.

El rubio observó a su amigo con ojos cansados y luego fijó su mirada en la ventana. 

— Podría decirse que la primera vez en Lakewood, en efecto, ella se aprovechó de mí, pero ¿y en Londres? En esos días conocía bien el tipo de mujer que era y la seguí a sabiendas de lo que sería una aventura con Camilla. No trates de excusarme ahora; en ese tiempo ya no era el muchacho inocente y sin manchas que ella había conocido en Míchigan. Sabía perfectamente lo que hacía al volver a frecuentarla, incluso desafié a la tía Elroy solo por el placer de estar con ella.

Un largo inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora