Capítulo 25. La trampa. Primera parte

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Londres, febrero, 1923

Ella sabía que esa noche estaba simplemente radiante. Había sentido las miradas de admiración posarse sobre ella, como si fuera la protagonista de un cuento de hadas.

Había elegido con esmero un hermoso vestido de satén negro, adornado con cintas doradas que resaltaban su figura esbelta y curvilínea. Aunque el vestido era un poco más ajustado de lo habitual, ella sabía que era la elección perfecta para la ocasión. Quería capturar todas las miradas, y lo había logrado con creces.

Cuando retiró con gracia su abrigo de piel de armiño en el restaurante donde habían comido, reveló el escote del vestido, mostrando su espalda delicadamente esculpida y su piel suave como la seda a su acompañante. Sus senos, redondos y pequeños, se destacaban sutilmente bajo la tela, añadiendo un toque de sensualidad a su elegancia.

Su cabello castaño, peinado al estilo garçonne, estaba adornado con un tocado de pedrería que centelleaba con cada movimiento. El fino y delicado cuello sostenía con gracia innumerables joyas, realzando la belleza de su rostro.

Había una magia en su mirada, en esos ojos ahumados y grises que parecían tener el poder de cautivar a cualquier hombre que se cruzara en su camino. Sus mejillas, rosadas y delicadas, complementaban a la perfección su pequeña boca en forma de corazón, que invitaba a ser besada con pasión.

Tampoco podemos pasar por alto su cuerpo atlético y esbelto, una obra maestra de gracia y proporción. Cada línea de su figura era una invitación al deslumbramiento, desde sus pantorrillas elegantes hasta sus tobillos finos, que anunciaban la llegada de sus hermosos y delicados pies de bailarina. Sus tacones, en un juego de contrastes negros y dorados, se alzaban con determinación, agregando una dosis de elegancia y altura a su presencia.

A pesar de la imponencia de sus tacones, no se inquietaba, pues su acompañante destacaba por su altura.  Aún con esos tacones de vértigo, ella sabía que tendría que pararse de puntillas si quería alcanzar los labios de su acompañante. Pero estaba dispuesta a hacerlo, dispuesta a elevarse hacia él, incluso si eso significaba estar en las puntas de sus dedos o, metafóricamente hablando, maullar como un gato por ese beso tan ansiado.

— Gracias por haber aceptado mi invitación a cenar. Deseaba tener un pequeño gesto contigo desde hace mucho tiempo, afirmó ella con voz seductora, dejando que su mirada se perdiera en la profundidad de los ojos del hombre. — Realmente no sé cómo pagar tu generosidad. Todavía recuerdo aquel accidente del año pasado durante los ensayos... Tú no has dudado en interponerte y todo el decorado ha caído sobre tu cuerpo. Probablemente me has salvado de una muerte segura, enfatizó, con un brillo de gratitud en su expresión.

Él respondió con una mueca indiferente: 

— Realmente no creo que fuera para tanto. Su tono carecía de emoción, como si quisiera dar por terminada la conversación. Había pasado mucho tiempo desde aquel incidente y deseaba que ella dejara de insistir en recordarlo.

La mujer lo contempló sorprendida, y un escalofrío le recorrió la espalda al sentirlo tan cerca de ella. Pero él no la observaba; su mirada estaba perdida en el vacío mientras avanzaba con paso firme por el corredor, escoltándola. Sus ojos, apenas entreabiertos, reflejaban una concentración intensa en algún pensamiento oculto, y sus largas pestañas, brillantes como si estuvieran mojadas, arrojaban una sombra misteriosa sobre sus párpados inferiores.

La belleza de su semblante era innegable; aquel hombre poseía un magnetismo que la mantenía en vilo. Sus ojos, con un brillo inquietante, parecían contener secretos que no quería desvelar, como si fuese un misterio precioso que él no deseaba compartir con nadie. 

Un largo inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora