Capítulo 32. Candy y Terry. Quinta parte

1.8K 80 126
                                    

Como Terry había anunciado, no tardaron mucho en llegar a Pennsylvania Station (1), ubicada en el vibrante corazón de Manhattan (2). Harvey, el chofer de Terry, los esperaba con el automóvil listo para conducirlos al puerto de Nueva York, donde abordarían el RMS Olympic (3) en el Muelle 59 ese mismo día.

Desafortunadamente para la pareja, y tal como Terry había intuido, un gran número de periodistas los esperaba en la estación, ansiosos por capturar la llegada del famoso actor y su misteriosa acompañante. Aunque Terry intentó proteger a Candy de la indiscreción y el bullicio de la prensa, le fue imposible prever el inmenso revuelo que causaría su aparición junto a su esposa. La multitud de cámaras y periodistas creando un caos frenético fue abrumadora. Les tomó más una hora abrirse paso y salir del lugar, y Terry comenzó a inquietarse al pensar en el corto tiempo que les quedaba antes de la partida del barco. Afortunadamente, Harvey y algunos empleados de la estación ayudaron a la pareja a llegar hasta el vehículo que los llevaría a su destino con una eficiencia sorprendente a pesar de caos reinante.

— Lamento este recibimiento tan poco íntimo. No esperaba que los periodistas se enteraran tan rápido de nuestra llegada. Probablemente alguien en el tren dio el chivatazo de que estaba a bordo, explicó Terry, visiblemente apenado, una vez que estuvieron dentro del automóvil en movimiento y pudieron tomar un respiro. Sus ojos reflejaban molestia y frustración.

— No te disculpes. A decir verdad, fue bastante divertido, respondió Candy con una sonrisa radiante, tratando de restarle importancia a la situación.

Terry levantó una ceja, claramente incrédulo, y observó a su esposa con asombro.

— ¿Divertido? ¿Estás bromeando? Preguntó, sorprendido por su actitud despreocupada ante lo que él consideraba una invasión de su privacidad.

— De verdad lo creo, Terry. Todas esas personas parecían muy amables, aunque un poco insistentes, respondió Candy, su voz cargada de una serenidad que desconcertó al actor.

— Querida, te garantizo que la diversión no durará mucho tiempo, profirió con una sonrisa torcida, recordando a los fastidiosos periodistas que les habían obstaculizado el paso y les habían hecho todo tipo de preguntas indiscretas. Su tono era una mezcla de ironía y cansancio, como si anticipara un futuro lleno de intrusiones y escándalos.

— Vamos, Terry, no fue tan malo, insistió Candy, su tono ligero y despreocupado contrastaba con la molestia del actor.

— Me alegra que lo tomes tan positivamente, amor, ya que tu hermosa carita aparecerá en todas las portadas de los periódicos a partir de mañana, profirió él, mientras se secaba las gotas de sudor de la frente con su pañuelo. Su mirada se suavizó al ver la reacción tranquila de Candy, pero no podía evitar preocuparse por las consecuencias mediáticas.

— ¿Oh, de verdad lo crees? Preguntó la muchacha sorprendida por la afirmación de Terry, sus ojos se abrieron con sorpresa y curiosidad.

— Eso me temo, respondió él con voz seria, sus palabras cargadas de una certeza que venía de años de experiencia lidiando con la prensa.

Candy se encogió de hombros y sonrió, una expresión de serenidad iluminó su rostro.

— En fin, de alguna manera se enterarían de que soy tu esposa, y esta fue una forma de presentarme a lo grande, indicó, mostrando una filosofía pragmática y positiva ante la inevitable exposición pública.

La expresión risueña de Candy hizo que el actor soltara una carcajada, aliviando la tensión del momento.

— Si esa es su filosofía, señora Graham, tenga la seguridad de que su entrada al mundo del cotilleo no pudo ser más espectacular, declaró con una sonrisa de medio lado, su tono era una mezcla de admiración y diversión, mientras pensaba en la fortaleza y optimismo de su esposa.

Un largo inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora