Capítulo 29. Romeo y Julieta. Segunda parte

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-¡Qué maravilla! Todavía no puedo creer en dónde nos encontramos. Desde aquí Terry estará tan cerca de nosotras que con toda probabilidad podrá vernos, bueno, si los reflectores se lo permiten, exclamó la rubia presa de la emoción.

-¡Cuidado Candy te caerás! Declaró la actriz cuando la joven se inclinó para observar la imponente platea del teatro. Eleanor rio ante aquel despliegue de energía e inocente alegría por parte de la rubia que no podía parar de mirarlo todo con gran interés y entusiasmo.

-Así es querida, es un buen lugar. Al estar tan cerca del escenario, tendremos la mejor vista de los actores, aunque como ha comentado Terry anteriormente, los mejores asientos son aquellos que se encuentran en el balcón frente a la orquesta ya que desde allí puedes ver la obra en su conjunto. Sin embargo, he de admitir que los palcos del proscenio siempre han sido mi pequeña debilidad, así que estoy muy satisfecha de ver la obra contigo desde esta ubicación tan encantadora, adjuntó la actriz guiñándole un ojo.

No pudiste ver la obra de "Hamlet" (1) conmigo, pero ¿sabes Candy? Mi sueño se ha cumplido, ya que has venido a New York después de tantos años y ahora podremos ver juntas a mi hijo en un maravilloso papel protagónico como tanto lo he deseado, le susurró Eleanor al oído, cuidando de no ser escuchada por nadie pues no se encontraban solas en el palco.

En ese tiempo, la sociedad estadounidense estaba convencida que el famoso actor Terry Graham era el hijo legítimo del duque de Granchester y la actriz esperaba que esta creencia no fuera modificada por una indiscreción de su parte.

-Eleanor, para mí también es un gran honor estar sentada a su lado. Creo que esta será sin duda una noche memorable, celebró la rubia conmovida, transmitiéndole toda su gratitud con sus deslumbrantes ojos verdes.

Las dos mujeres se miraron complacidas y luego se dedicaron a observar con una atención muda y admirativa el imponente teatro que tenían frente a ellas.

Poco a poco, el lugar se iba colmando de asistentes, la platea estaba prácticamente llena y los palcos se iban ocupando. Algunos espectadores parecían estar perdidos y esperaban la llegada de los acomodadores para asignarles sus respectivos asientos.

Una algarabía de voces, de cabezas con todo tipo de tocados, de hombres perfectamente peinados se disponían en las largas filas de asientos de terciopelo.

Candy observaba todo con atención desmedida. El teatro Stratford lucía impresionante esa noche. Era evidente que el edificio había sufrido una importante restauración y remodelación ya que se veía más moderno y lujoso que años atrás cuando ella había visitado sus instalaciones para asistir a la misma representación.

Observó el maravilloso lustro en bronce dorado en medio de la sala con una exquisita miríada de cristales tallados que procuraba una importante iluminación a toda la sala. El entablamento del techo que constaba de una coronación de luces formado por decenas de globos de vidrio pulido como un collar de perlas o una cintura de diamantes, dejó impresionada a Candy.

En el foso de la orquesta, los músicos llegaban y empezaban ya a instalarse en sus lugares asignados.

Candy contempló la pesada cortina de terciopelo rojo, adornada con ornamentos dorados que estaban coronados por un imponente lambrequín de metal presentando en el centro, un cartucho con una divisa en latín y el año de creación del teatro 1889.

Las luces se hicieron menos intensas. En pocos minutos, la obra daría comienzo. Y aunque de las tablas no salía todavía ningún ruido, Candy supo que no faltaba mucho tiempo para que Terry estuviese en el proscenio.

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En su camerino, Terry ataviado de Romeo, pálido con sus ojos delineados para resaltar de este modo la profundidad de su oscura mirada azul, recitaba sus diálogos, con una voz rapsódica, profunda y envolvente.

Un largo inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora