Capítulo 9. Hamlet. Segunda parte

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Sentado en un sillón con los codos apoyados en sus piernas y las manos sosteniendo su cabeza, el actor se incorporó finalmente al escuchar los persistentes golpes en la madera, abriendo la puerta de un fuerte tirón. Al hacerlo, se encontró con Susana, la señora Marlowe y dos acomodadores del teatro en el pasillo.

— ¡Terry! Creímos que no estabas, llevábamos un tiempo llamándote, exclamó emocionada la joven.

Susana contempló a Terence vestido de Hamlet y sus ojos soltaron chispas de admiración. Un deseo loco de hundir sus dedos en su sedoso cabello y acariciar su rostro la invadió.

— ¡Estás... impresionante! ¡Impresionante! Repitió la mujer maravillada al observar la viril presencia del actor.

— Susana, ¿qué haces aquí? Imaginaba que se encontraban ya instaladas en el palco, fue la respuesta del actor, sorprendido al observar a las dos mujeres en la entrada de su camerino, pese a que la función estaba cerca de comenzar.

— Bueno, es que... no pude evitar venir a verte Terry, admitió la muchacha sonrojándose. ¡Mira! Te he traído flores, ¿crees que puedes concederme algunos minutos? No te quitaré mucho tiempo, pidió con una sonrisa dulce en los labios.

— Eh... sí... por supuesto, pasa, respondió sin mucho entusiasmo el actor.

De inmediato, Terry salió de su camerino y tomó la silla de ruedas él mismo, introduciendo a Susana en el pequeño camerino con diligencia.

— ¿Caballeros, podrían volver en diez minutos para ayudar a la señorita Marlowe a instalarse en su palco? Cuestionó, dirigiéndose a los dos acomodadores que permanecían de pie en el pasillo observando la escena.

— Ciertamente, señor Graham. Volveremos en diez minutos. Ha sido el señor Travis quien nos ha pedido traer a la señorita hasta su camerino. Sin embargo, les ruego ser breves, las personas empiezan a llegar y tendremos mucho trabajo la próxima media hora para instalar al público en la sala. Verá... no queremos tener problemas con el señor Paxton si descuidamos a los asistentes, especialmente la noche del estreno.

— No se preocupen, no demoraremos mucho, el tiempo para que ustedes se fumen un cigarrillo y regresen, repuso con tono tranquilo despachando a los acomodadores.

Los dos hombres se retiraron momentos después, dejando a la señora Marlowe en medio del pasillo. Incómoda, la mujer balbuceó a la pareja:

— Yo... iré a saludar a la señora Murray y volveré por ti en diez minutos hija. En cuanto a usted Terence, le deseo que le vaya bien en la función, murmuró, dedicándola una mirada de soslayo en donde no se leía ninguna buena intención.

Cuando la mujer desapareció del pasillo, Terry cerró la puerta y se recostó en ella, permaneciendo con los ojos cerrados durante breves segundos. Momentos después, avanzó hacia Susana y tomó las flores que ella todavía llevaba en su regazo, para instalarlas cuidadosamente en el tocador.

— Te agradezco las flores, son hermosas, comentó. Las observó y acarició los aterciopelados pétalos con sus largos dedos. En esos momentos, un viejo recuerdo asaltó su corazón. Era la evocación de otra muchacha ofreciéndole un ramo de ranúnculos de todos los colores con una sonrisa radiante en sus labios.

— ¡Escocia! Pensó con nostalgia. La tristeza nubló su mirada.

En un intento furioso para no pensar más en ella, se aclaró la garganta para dirigirse a Susana.

— ¿Ocurre algo? Preguntó él sin más, confuso, tratando de volver de nuevo a su realidad, obligándose a dedicar toda su atención en la joven que lo observaba embelesada.

Un largo inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora