Capítulo 21. Un paseo en un día de verano. Segunda parte

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Todo comenzó cuando cumplí diecisiete años. Fue poco tiempo después de conocer a Candy, ¿sabes? Después de haberme escapado y llegar hasta la colina de Pony, Georges dio conmigo y ya podrás imaginar la amonestación por parte de la tía Elroy cuando regresé a Lakewood esa misma tarde. En ese entonces, tenía que vivir en las sombras porque todos debían creer que William Albert era un viejo excéntrico hábil en los negocios y no un pobre adolescente solitario.

Aquí, Albert hizo una breve pausa como si el peso de sus recuerdos volviera poco a poco a él.

Esta primera experiencia de libertad tuvo un gran impacto en mí. Comencé a rebelarme contra esa soledad impuesta porque me tenían prohibido salir de la casa o dejarme ver en público. Pero yo había dejado de ser un niño y no era tan fácil como antes imponerme semejantes reglas. En todo caso, había entrado a la rebeldía de la adolescencia un poco tardíamente, pero finalmente lo había hecho. Aunque mis únicas compañías seguían siendo los sirvientes discretos y profesores particulares, hombres y mujeres seleccionados con mucho cuidado, ahora entraba en franco desacuerdo con mi tía y con Georges, y se lo hacía saber cuando podía.

Ya te podrás imaginar el estado de mi tía Elroy cuando dejé de aceptar sus órdenes con la misma sumisión de antes. Incluso Georges, siempre tan controlado, se sorprendía ante mi creciente rebeldía. En aquellos tiempos, sentía una ira que nunca antes había experimentado, y se los estaba haciendo saber a mi manera.

Albert hizo una pausa, observando a Patty, quien lo miraba fijamente, absorbiendo cada una de sus palabras con atención.

También era consciente de que, en poco tiempo, mi tía Elroy me enviaría lejos. Se había decidido que partiría hacia Inglaterra, alejado de todos mis parientes. Sabía igualmente que incluso estando en Inglaterra no me liberaría del yugo de los Ardlay. Oh no, mi tía y los ancianos de la familia lo tenían todo previsto. Se había contratado a una persona que se encargaría de mí, mientras Georges y ella continuaban administrando la fortuna que mi padre había legado tras su fallecimiento.

Durante esa primavera, me evadí prácticamente todos los días. Quería dejarle en claro a mi tía que no podía seguir tratándome de esa manera. Para impactarla aún más, solía escaparme vestido con mi traje escocés y deambulaba por South Haven (1) hasta que Georges o algún sirviente me hallaba y me escondía, alarmado, lejos de miradas indiscretas. Por ese motivo, la tía Elroy tomó la drástica decisión de encerrarme en mi habitación. Los sirvientes más fieles de la casa me vigilaban constantemente para que no pudiera salir sin supervisión. Y yo, sin saber qué otra cosa hacer para enfrentar semejante arbitrariedad, decidí no comer. Oh, sí, querida Patricia, me declaré en huelga de hambre, para sorpresa y desconcierto de mi tía Elroy.

Albert sonrió un poco avergonzado de sí mismo, pero al ver el interés reflejado en el rostro de Patricia por lo que él diría a continuación, prosiguió con su explicación.

Como comprenderás, los sirvientes estaban alarmados porque no comía y pronto Georges y mi tía se enteraron de mi nueva forma de rebelarme. Lo intentaron todo para hacerme comer, pero después de una semana de no dar mi brazo a torcer, no tuvieron más opción que parlamentar. Era lo que yo esperaba, negociar en cierta medida los términos de mi vida, de lo contrario me volvería loco si continuaba viviendo como lo había hecho durante tantos años.

— ¿Qué quieres, William?

Esa fue la pregunta de mi tía cuando se sentó en mi cama para hacerme entrar en razón. Esperaba que fuera tan severa como siempre, pero su semblante reflejaba preocupación al ver mi aspecto frágil y enfermizo luego de muchos días sin probar alimentos.

Sin dudarlo, yo le contesté:

— Deseo salir a mis anchas. No puedo ser prisionero de los Ardlay por más tiempo, me niego, prefiero morir a continuar viviendo de esta manera.

Un largo inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora