Capítulo 26. La carta. Segunda parte

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Candy llegó al hogar de Pony un poco más tarde de lo habitual. Aquel día, la muchacha había permanecido en la clínica Feliz en compañía de Beatriz y Arthur, y el tiempo se le había pasado volando.

Esa tarde, Candy había estado animando a Arthur, quien se encontraba algo afligido ya que su prometida debía volver a Chicago para solucionar algunos asuntos relativos a las propiedades de Ethan Fox. Este hecho ponía a Arthur verdaderamente ansioso. Aunque Beatriz había rehusado aceptar el dinero de Fox tras su divorcio, aún existían asuntos pendientes que debía resolver con su abogado. La situación había generado mucha tensión entre ambos, y Candy, consciente del amor profundo que Arthur sentía por Beatriz, había intentado aligerar la carga emocional del médico con su charla y su presencia reconfortante.

Durante la charla, Candy se enteró de que Beatriz partiría a la mañana siguiente con su doncella Ambrine, mientras que Arthur las alcanzaría dentro de una semana en Chicago. Desde allí, los dos se dirigirían a Filadelfia para visitar a la tía de Beatriz, la señorita Welland, y permanecerían en su casa durante algunos días. La noticia llenó a Candy de una mezcla de emociones. Por un lado, se alegraba de que Beatriz finalmente pudiera finiquitar sus asuntos legales y dejar atrás el tumultuoso y doloroso capítulo de Ethan Fox. Por otro lado, no podía evitar sentir una ligera preocupación por la distancia temporal entre Arthur y Beatriz, sabiendo lo importante que era la compañía mutua para ellos después de años de separación.

Candy observó con atención mientras Arthur hablaba sobre sus planes, notando la tensión en sus palabras y el brillo de ansiedad en sus ojos oscuros. Aunque trataba de mostrarse fuerte y comprensivo, estaba claro que la idea de estar lejos de Beatriz, aunque fuera por una semana, le causaba gran inquietud. 

De hecho, en un principio, Arthur no estuvo dispuesto a dejar marchar sola a Beatriz, pero tuvo que aceptar las condiciones de la joven mujer, quien no dio su brazo a torcer y se mostró intransigente. Ella deseaba gestionar estos asuntos por su cuenta y rehusaba a que Arthur se viera involucrado en sus problemas con Ethan. Beatriz se mostró llena de escrúpulos frente a la posibilidad de que Arthur se viera implicado en temas que ella consideraba tan vergonzosos como desagradables.

No obstante, pese a las múltiples negativas de la joven, Arthur no pudo evitar acudir a William Albert para que su prometida no estuviera sola en Chicago y le solicitó su presencia. Como era de esperarse, el magnate se comprometió sin falta a estar a disposición de Beatriz en todo lo que requiriera durante su estadía en la ciudad. Este apoyo incondicional fue lo único que calmó las aprensiones del médico respecto a dejar marchar sola a su amada Beatriz.

Por su parte, Candy, con su característico optimismo y empatía, se esforzó por levantar el ánimo de sus amigos esa tarde, recordándoles los buenos momentos que vendrían una vez superado este último obstáculo. Sus palabras, llenas de esperanza y aliento, parecieron surtir efecto, y poco a poco, una sonrisa volvió a iluminar el rostro de Arthur.

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Antes de entrar en el orfanato, Candy solía visitar la rosaleda que ella misma había sembrado años atrás con esmero. Las flores, que ahora decoraban el hogar de Pony, habían comenzado con un pequeño tallo que ella había tomado del jardín de las rosas de Anthony en Lakewood durante una de sus visitas. Desde ese momento, la rosaleda había crecido considerablemente, abarcando una porción importante del jardín exterior del orfanato. El dulce aroma de las rosas en floración se mezclaba con la brisa cálida de mayo, un olor que traía hermosos recuerdos a la muchacha.

La luz de finales de la tarde se filtraba entre el follaje del gran roble, dejando pasar suaves destellos dorados que hacían brillar los pálidos pétalos de las rosas como si tuvieran pequeñas partículas de oro incrustadas. Las hojas de los tallos, más verdes que nunca y bañadas por la tibieza del sol, danzaban graciosamente con el suave viento del atardecer. Candy, perdida en la dulzura de las flores, dejó escapar un profundo suspiro y aspiró el aroma fragante que tanto le recordaba a Anthony. Contempló el hermoso panorama que la rodeaba, donde racimos de flores de lupino y girasoles también adornaban el jardín con sus vibrantes tonalidades. La vista era simplemente encantadora, y el momento, lleno de una paz y belleza que le tocaban el alma.

Un largo inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora